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A pesar de su importancia en la historia americana anterior a Colón, y aunque pueda parecer sorprendente, el imperio inca apenas tuvo una duración de un siglo. Antes del año 1430 gobernaban tan sólo el valle del río Vilcanota, con capital en Cuzco (también escrito Cusco o Qosqo), que en el idioma quechua quiere decir “ombligo del mundo”.


Los incas fueron una tribu que llegó al Cuzco alrededor del 1.200 d.C. Probablemente procedían del sur, y de alguna forma su emigración debió estar conectada a la desintegración urbana que siguió a la caída de Tiahuanaco.


A la llegada de los inca, el Cuzco y sus alrededores estaban habitados por otras tribus: lupacas, collas y pacajes en la cuenca del lago Titicaca; chancas (o chankas) y quechuas en la cuenca del río Apurimac.


Incas y quechuas compartían una lengua común, el quechua, lo que facilitó su temprana alianza. No hubo luchas entre ellos, como lo evidencian las crónicas, en contraste con las repetidas referencias a encuentros armados entre otras tribus.


Establecidos en el Cuzco, los incas inauguraron una dinastía cuyo primer rey, Manco Cápac, es señalado por las leyendas como fundador de la raza. Tomó por mujer a su hermana Mama Ocllo, iniciando una costumbre que se mantendría hasta el último emperador. Sus dominios se extendían sólo a la parte baja del Cuzco. Las siguientes dinastías se sucedieron en pequeños reinados hasta el año 1438, cuando Pachacutec, hijo de Viracocha, venció a los chancas. Este hecho posibilitó una gran expansión militar, incorporando a la mayoría de los grupos culturales de la zona y dando nacimiento al Tahuantinsuyo, el imperio inca. Estos implantaron su estilo de vida, y, a la llegada de los españoles, en el siglo XVI, el imperio estaba ya homogeneizado.


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