Las composiciones del Renacimiento, casi exclusivamente melódicas, buscaban mantener una unidad armónica.
Se cuestionó el empleo indiscriminado de los modos eclesiásticos y paulatinamente se fue adoptando el sistema de escala, mayor y menor, que se mantuvo hasta el siglo XX.
Conjuntamente, en cada país nacieron géneros locales como la «chanson francesa» y la «frottola italiana». Los «madrigales» adquirieron características propias en Italia, Flandes e Inglaterra; en Alemania surgió el «lied», canción de gran emotividad; y en España aparecieron los «villancicos» o cánticos religiosos de inspiración navideña.
En la música sacra destacaron el italiano Giovanni Pierluigi da Palestrina y el español Tomás Luis de Victoria, quienes llevaron a su máximo esplendor la escuela romana a través de grandiosas misas y motetes.
Los movimientos protestantes y reformadores enfrentaron la música desde diferentes puntos de vista, lo que repercutió en el establecimiento de dos líneas de desarrollo en la música occidental: el estilo italiano y el alemán.
Durante el siglo XVI nacieron las primeras composiciones instrumentales genuinas, que se acompañaban en grupos de cuatro instrumentos o más, siendo el laúd el más popular de la época. Si el grupo estaba formado por instrumentos de la misma familia, pero de tamaños diferentes, se denominaba «consort».