Desde Panamá, Diego de Almagro, junto con Francisco Pizarro y el cura Hernando de Luque, organizó una empresa descubridora que viajó al sur del continente, en búsqueda de tierras ricas en oro, el imperio inca. En 1531, los españoles llegaron a Perú y desde aquí realizarían la conquista del resto del continente.
El 21 de mayo de 1534, Carlos V emitió una capitulación que dividía el sur del continente en varias gobernaciones. El problema de esta división fue que tanto Pizarro como Almagro se adjudicaban el Cuzco, la ciudad más rica del imperio. Finalmente, acordaron que mientras el rey resolvía el conflicto, Almagro partiría a la conquista de los territorios ubicados más al sur, que según los relatos eran más ricos que los incaicos.
En la preparación de la campaña, Almagro gastó el oro y la plata que le correspondieron en el reparto del tesoro de Atahualpa. Equipó a alrededor de 500 españoles y reunió 1.500 yanacona -aborígenes al servicio de los conquistadores-, y 100 esclavos negros. Además, iban dos representantes del imperio inca -un miembro de la realeza cusqueña y el sumo sacerdote del templo del Sol-, encargados de predisponer favorablemente a las poblaciones indígenas que pudieran encontrar en el camino.
El grupo recorrió la meseta boliviana a lo largo de la Cordillera de los Andes, hasta llegar a la altiplanicie de Laguna Blanca, desde donde cruzaron los Andes por el paso San Francisco, a más de cuatro mil metros de altura. El paso de la cordillera fue en extremo duro; muchos murieron, víctimas del frío, el hambre y los accidentes.
La expedición salió del Cuzco el 3 de julio de 1535 y siguiendo el camino del inca se introdujo al altiplano boliviano. Bordearon el lago Titicaca y Poopó, atravesaron las serranías desiertas y después de tres meses de travesía llegaron a Tupiza. Luego se dirigieron hasta Chicoana y atravesaron la Cordillera de los Andes por el paso San Francisco, frente a Copiapó (1536), que era el punto donde comenzaban las nuevas tierras que se conocerían posteriormente con el nombre de Chile. Allí, a una altura de 4.000 metros, los padecimientos de la hueste fueron extremos: murieron cientos de aborígenes y muchos caballos. Ante tal desastre, Almagro decidió tomar la delantera con un grupo de sus mejores hombres y bajar hasta el valle de Copiapó por la quebrada de Paipote. Allí, los nativos le dieron víveres con los que se aprovisionó y auxilió al resto de sus extenuados compañeros. Al acceder a Copiapó, Almagro y su gente se convirtieron en la primera fuerza expedicionaria europea que descubrió Chile y que emprendió su exploración.
Antes de su partida del Cuzco, Almagro comisionó al capitán Ruy Díaz para que armara una flotilla con navíos que debían viajar por el Pacífico, cargados con refuerzos y víveres y aguardar encontrarse en algún punto cercano a la costa de Coquimbo.
A estas alturas Almagro ya había logrado atravesar los límites de su gobernación (Nueva Toledo) y continuó hacia el sur en busca del ansiado oro. En los siguientes valles, Huasco y Coquimbo, los españoles tuvieron sangrientos enfrentamientos con los indígenas. En esta zona, también, se reunieron con Alonso Quintero, quien venía al mando del San Pedro, única nave sobreviviente de las tres que venían en el grupo de Ruy Díaz. Con la carga de esta nave las huestes almagristas se aprovisionaron y continuaron su camino, mientras Quintero prosiguió en su tarea de reconocer el litoral.
Finalmente, Almagro llegó al valle de Chile –nombre con el que se conocía al valle del río Aconcagua– y fue bien acogido por los indígenas. Inmediatamente inició la exploración del valle central y, personalmente, llegó hasta el valle de Maipo. Pero también mandó a dos de sus capitanes a recorrer las regiones cercanas en busca de las riquezas soñadas. Una de estas expediciones estaba encabezada por Juan Saavedra, quien alcanzó hasta la costa, donde ya estaba anclada la nave de Alonso Quintero, en cuyo honor la bahía en la que estaba fue bautizada con su apellido.
Otro destacamento, comandado por Gómez de Alvarado, avanzó hasta la confluencia de los ríos Ñuble e Itata, donde fueron recibidos hostilmente por un grupo de aborígenes que se enfrentarían por primera vez con los conquistadores. El combate tuvo lugar en Reinohuelén, y aunque fue un triunfo para los españoles, muchos de ellos quedaron malheridos, al igual que parte de su caballería.
A comienzos de 1537, Almagro abandonó Chile atravesando el desierto de Atacama. A la ausencia de riquezas y el peligro mapuche, se sumó una buena noticia: el rey Carlos V había reconocido sus derechos sobre el Cuzco. Sin embargo, al llegar se encontró con la ciudad sitiada por los incas; y, después de contener la insurrección, con la guerra con Francisco Pizarro y sus hermanos (Hernando y Gonzalo), quienes lo vencieron en el campo de Las Salinas (6 de abril de 1538). Tres meses más tarde, el 8 de julio, murió decapitado.
Los últimos días de Almagro
Al regresar de Chile, Almagro se dio cuenta de que las diferencias con Pizarro eran insalvables. Así, la guerra se hizo inevitable y los dos antiguos socios se enfrentaron militarmente en la batalla de Las Salinas (1538). Diego de Almagro resultó derrotado y fue apresado, siendo condenado a morir con la pena del garrote (al igual que Atahualpa).
La sentencia se ejecutó el 8 de julio de 1538. Se cuenta que las tropas almagristas vagaron desamparadas, clamando venganza y que se les apodó “los de Chile”, como sinónimo de miseria y pobreza. El hijo de Almagro, Diego de Almagro (El Mozo), mandó a matar a Francisco Pizarro (26 de junio de 1541) y se tomó el gobierno. Al saber de lo ocurrido, Carlos V envió tropas al Perú, las cuales derrotaron a Almagro el Mozo, quien murió decapitado en la plaza del Cuzco (1542). Después de eso, fue creado el Virreinato del Perú.
¿Sabías que?
Dieciocho meses duró la expedición de Almagro en Chile, dejando abierta la ruta para que años después otro noble español (Valdivia) prosiguiera con la conquista.