Seguramente más de alguna vez habrás pensado cómo sería vivir fuera de la Tierra, en un planeta nuevo y yendo de un lugar a otro en fabulosas naves espaciales. Por ahora, y a pesar del enorme desarrollo tecnológico, esta realidad todavía se encuentra en período de investigación. Sin embargo, el hombre ha desarrollado variadas estrategias de supervivencia en el espacio exterior, basadas en los estudios que desde hace años se realizan, y que se relacionan con la respuesta del cuerpo humano a situaciones como la falta de gravedad o la carencia de oxígeno.
Las naves se han hecho cada vez más sofisticadas, precisamente para que los astronautas puedan permanecer largos períodos de tiempo en órbita. Pero la vida en el espacio no es simple. De hecho, casi la mitad de los tripulantes padecen el mal del espacio, que les ocasiona vértigo y mareos cuando experimentan por primera vez la ausencia de gravedad. Una vez superado este problema, se generan reacciones en el hígado, el corazón y otros órganos, debido a los cambios en la circulación sanguínea. Asimismo, la falta de peso perjudica los huesos y los músculos, por lo que los astronautas deben frecuentemente hacer ejercicio físico, ya sea caminando sobre una banda móvil o practicando ciclismo estático.
Para que puedan descansar, las cabinas tienen sacos de dormir verticales, debido a que como en el espacio no existe gravedad no importa la posición en que los astronautas se duerman.
Si los astronautas deben salir de la nave o estación espacial, cuentan con un sistema conocido como Unidad de Maniobras Tripulada (UMT), que los convierte en una verdadera nave tripulada por sí mismos.
La primera Unidad de Maniobra Tripulada fue diseñada para la Lanzadera Espacial de Estados Unidos y se parece a una butaca de 125 centímetros de altura y 100 kilos de peso. Va unida a la espalda de un traje espacial, y sus dos brazos contienen todos los mandos con los que los astronautas pueden desplazarse en cualquier dirección a 20 metros por segundo. Contiene, además, tres luces de posición, un giroscopio y una cámara automática de televisión.
La propulsión se logra gracias a 24 pequeñas toberas que permiten la salida de nitrógeno desde dos depósitos de alta presión.
Por lo general quienes se convierten en astronautas fueron pilotos con gran habilidad y experiencia, cuyo entrenamiento los hace más aptos para soportar las condiciones del espacio exterior. Pero como actualmente las misiones también van integradas por científicos y técnicos que no tienen experiencia en aviación, se les somete a rigurosos controles médicos y psicológicos, a fin de probar que efectivamente son personas capaces de orbitar una nave. Para ello practican en simuladores, que son imitaciones de vehículos espaciales, y se les hace experimentar en una máquina centrífuga para analizar cómo reaccionan frente a los cambios de gravedad.
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