Desde mediados del siglo XV y hasta finales del siglo XVI, Europa conoció un largo período de crecimiento y apogeo en todos sus aspectos (económico, cultural, político, etc.). Pero, concretamente, se trataba de un período de transición: del paso de la Edad Media a los Tiempos Modernos. Es una Europa en la que los viejos valores y nuevas aspiraciones, antiguas maneras de pensar y nuevas perspectivas intelectuales, se entremezclan y coexisten.
En este contexto aparecerá una gran figura, Carlos V, quien, en la manera como gobernaría su gran imperio, el Romano Germánico, también reflejaría los tránsitos que se vivían en esta época.
El emperador quiso plasmar su ideal cosmopolita y universal, típico del Renacimiento, pero impregnado de tradiciones medievales. También intentó mantener la hegemonía de su gran imperio, un conglomerado de territorios heterogéneos (incluidos los conquistados en el Nuevo Mundo), pero al mismo tiempo mantener la unidad de la Iglesia católica.
Así, Carlos V pasaría a convertirse en el árbitro absoluto del escenario político de esta Europa.