A las 19:47 del domingo 3 de marzo de 1985, se produjo un terremoto de magnitud 7,8 en la escala de Richter, en la zona central del país. El epicentro estuvo en el mar, entre Valparaíso y Algarrobo, a unos 20 km de la costa y unos 15 km de profundidad.
El sismo se sintió entre la II y la IX regiones del país y tuvo una Intensidad máxima del grado VIII en la escala modificada de Mercalli, y Magnitud Richter 7,8.
Las zonas más afectadas fueron San Antonio y Santiago, así como sus vecinos pueblos de Alhué, Melipilla y Rengo.
El recuento arrojó el triste saldo de 180 muertos, 2.575 heridos y 979.792 damnificados. Un total de 142.489 viviendas fueron destruidas, registrándose además numerosos deslizamientos de tierra, rotura de pavimento con destrucción de la carretera Panameric
ana en varios puntos, caída de puentes y daños considerables en la infraestructura de los pueblos afectados, con interrupción prolongada de los servicios básicos.
Estudios realizados con posterioridad al sismo por un equipo interdisciplinario de la Universidad de Chile, revelaron que las comunas de Santiago Centro, Las Condes, Providencia, San Miguel y parte de Ñuñoa, fueron menos vulnerables por estar levantadas sobre un suelo compuesto predominantemente por ripio o grava, en cambio comunas como Quinta Normal, Renca o Estación Central, que están erigidas sobre un suelo fino o mezcla de arcilla, arena fina, limosa y ceniza volcánica fueron más dañados.
A esto hay que agregar que en el primer grupo, el tipo de construcción predominante es la albañilería reforzada, en cambio en el segundo, zona más antigua de la capital, predominaba la albañilería simple y el adobe.
Hoy en día revisamos estos datos y aún nos preguntamos si estamos listos para el próximo. Si bien Chile es conocido por su excelente construcción antisísmica, la que ya ha pasado duras pruebas como el terremoto de 1985, nunca estaremos libre del caos y destrucción que provocan estas catástrofes.
El colapso de los servicios básicos como agua, gas, luz y teléfono, el aislamiento terrestre de regiones completas, tan sensible en un país largo y delgado como el nuestro, la ocurrencia de varias emergencias simultáneas que obligan a establecer frías prioridades de respuesta, son sólo algunos ejemplos de lo que espera a nuestros grupos de respuesta.
Por mientras sólo podemos asegurar que la historia se repetirá, sin embargo los resultados no necesariamente serán los mismos. Nosotros también tendremos en nuestras manos parte de esa responsabilidad.