Tras la Gran Guerra, por todas partes de Europa había agitaciones sociales, ecos de la Revolución Rusa, desorden financiero y una considerable inflación.
Ejemplos de los movimientos sociales fueron la revolución espartaquista de Berlín, encabezada por Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, y la del comunista Bela Kunen Hungría. Por otra parte, en países como Italia, Francia o España se produjeron huelgas generales.
Los gobiernos liberales veían en estas convulsiones sociales la mano de la Unión Soviética, aunque hubieran sido sólo rebeliones espontáneas por las trágicas consecuencias de la guerra, y aparecieron pronto movimientos anticomunistas, como el fascismo y nazismo, que trastornarían de manera profunda la democracia liberal.