Al principio de su desarrollo, la literatura agrupaba a todos los escritos con algún valor artístico. Se asociaba a la condición de letrado o sabio, por lo que comprendía tanto a las obras cuyo fin era meramente artístico, como a los escritos filosóficos, históricos, etcétera.
Lo escrito era lo que perduraba, por lo que sólo a lo que merecía ser recordado se le concedía el honor de ser escrito, de pasar a ser letra. Este hecho, así como el acceso de pocas personas a la escritura, contribuyeron a la diferenciación entre la lengua literaria y la vulgar. La literatura escrita se convirtió en un privilegio y un rasgo distintivo de la clase dominante.
Los temas y la manera de entender y hacer literatura han variado a lo largo de los siglos. En su origen, la literatura de todos los pueblos fue oral, por lo que las primeras obras literarias escritas tuvieron por objeto fijar para la posteridad las composiciones pertenecientes a la tradición oral.
Además de ser controlada por la elite dominante, la literatura de este período inicial tuvo un carácter colectivo: se dirigía a todo el pueblo. Los cantos y las reiteraciones literarias se presentaban como un medio para asentar de forma duradera las normas morales y religiosas, y la sabiduría del pueblo. La originalidad e individualidad del artista eran algo secundario.
La literatura escrita y profana apareció en épocas de mayor desarrollo. Mientras lo literario no se identificó con lo escrito, se manifestó a través de la danza, la música y el teatro.
Al generalizarse la escritura, se modificó la relación autor-lector-tradición. La producción literaria se hizo personal y dejó de estar reglamentada por normas colectivas. Surgió la figura del autor individual con un estilo propio. La creación literaria se hizo más elaborada, quedando excluidos los analfabetos y los iletrados. Al mismo tiempo, surgió un público instruido al que se destinó la nueva producción literaria.
En este proceso fue importante la Alejandría helenística -ciudad fundada por Alejandro Magno en Egipto, a orillas del Mediterráneo, en el 331 a.C.-, donde nació la filología, con el estudio de los escritos de los grandes escritores grecorromanos, conocidos como clásicos. Al aparecer los primeros críticos, se definieron de manera rigurosa los distintos géneros e hicieron juicios sobre el valor literario de obras y autores. En esa época, el libro ya se había convertido en un artículo de comercio; por lo tanto, era un bien apetecido.
Más adelante, el control de las obras literarias regresó a una elite, esta vez sacerdotal, que usó un lenguaje desconocido por el pueblo, como ocurrió con el latín en la Europa medieval y el sánscrito en la India.
Como era controlada por la Iglesia, durante la Edad Media -siglos V al XV d.C.- la literatura occidental estuvo ligada fundamentalmente a la religión.
El concepto de la individualidad del artista volvió a ser central en el Renacimiento -siglos XV y XVI- período artístico que coincidió con la invención de la imprenta -mediados del siglo XV-. Esta facilitó la difusión de las obras literarias, que podían ser leídas y adquiridas por un gran número de personas. Al mismo tiempo, se comenzó a recopilar la primitiva literatura oral, y alcanzaron gran éxito géneros literarios destinados a un gran número de lectores, como las novelas de caballería, en los siglos XV y XVI.
Con el humanismo renacentista, la literatura se definió como el arte liberal por excelencia, y los escritores se inspiraron en los autores clásicos paganos. Al mismo tiempo, se desarrolló la literatura en lenguas vernáculas o de origen (lengua propia de cada país), a las que se empezó a considerar tan dignas para la expresión escrita como el latín.
En la Francia del siglo XVII se entendió al escritor como un moralista, un hombre de mundo que escribía para instruir y deleitar de manera elegante a la buena sociedad de la época.
Con el neoclasicismo -corriente literaria y artística del siglo XVIII, restauradora del gusto clásico-, se pensó que la literatura, como las demás artes, debía expresar la relación entre el hombre y el mundo, para lo cual se consideró como género idóneo el ensayo (ver recuadro). Cuando se consideraba que esta relación no era armónica, la literatura debía denunciar esa situación, por lo que la crítica tuvo un gran auge.
El romanticismo, que se impuso en la primera mitad del siglo XIX, hizo la distinción entre la literatura como expresión del pensamiento o la investigación intelectual, y los géneros de ficción y creación estética, dándole a la literatura la calidad de arte.
Sin embargo, en algunas lenguas modernas, como el español, alemán o el ruso, el término literatura agrupa a todo tipo de producción escrita o bibliográfica, distinguiéndose cada materia mediante adjetivos, por lo que se habla de literatura científica, artística, etcétera.
Cabe señalar algunos géneros masivos que resultaron exitosos, como la novela por entrega (se publicaban por capítulos) en el siglo XIX, y la novela rosa (romántica) y del oeste (vaqueros del oeste estadounidense) en el siglo XX.
El autor moderno está constantemente en la disyuntiva de acercar su obra al público masivo, o de alejarse de este mediante la innovación y la búsqueda de un estilo propio.