Durante la Primera Guerra Mundial, en Zurich, Suiza, surgió un movimiento rupturista, el dadá, contrario a los convencionalismos estéticos y amante de lo irracional, que los llevó a expresar su visión del mundo de manera destructiva, a través de un sentido del humor imaginativo y crítico.
El surrealismo, continuador natural del dadaísmo, nació en Francia en la década de 1920 y buscaba la expresión del inconsciente, del mundo de los sueños, que oscila entre la serenidad y las fantasías de las pesadillas.
El principal representante del dadaísmo fue el francés Marcel Duchamp (1887-1968), que utilizaba objetos industriales como esculturas, agregándole alguna frase o leyenda, y les daba el nombre de ready-mades. Para ello, utilizó secadores de botellas, palas para quitar la nieve y urinarios.
Otros escultores vinculados al dadá y el surrealismo fueron el francés Jean Hans Arp (1887-1966), que destruyó sus obras anteriores y empezó a producir collages abstractos sugeridos por hojas de árboles e insectos, para los que utilizó papeles rotos y materiales sólidos, como madera; el alemán Max Ernst (1891-1976); y los españoles, Óscar Domínguez y Alberto Sánchez, que realizó figuras erguidas y misteriosas, con una gran cantidad de curvas y extraños cortes.
El existencialismo
Tras la Segunda Guerra Mundial surgió una corriente filosófica en Europa, claramente impactada por la destrucción y los millones de muertos que provocó este conflicto bélico. El existencialismo partía de la convicción de que el hombre se encuentra solo en el mundo, sin ningún sistema moral o religioso que lo pueda apoyar o guiar. Estas ideas se extendieron al desarrollo artístico y literario durante la década de 1950.
El más conocido de los escultores identificados con esta tendencia fue el suizo Alberto Giacometti (1901-1966), que pasó por las tendencias cubista, africana y surrealista, recordado por sus figuras delgadas, carentes de naturalidad, de textura áspera, que pretenden representar la soledad y la separación absoluta entre las personas.
Otros escultores destacados fueron los franceses Jean Fautrier (1898-1964), pintor y escultor que dejó plasmada su terrible experiencia personal en la serie «Rehenes», y Germaine Richier (1904-1959), cuyas obras fueron consideradas tanto esperanzadoras como pesimistas. «Eran un reflejo del horror de la guerra o del poder del hombre para superarlo».