Luego de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), las personas querían un nuevo comienzo. Nadie deseaba que se le recordaran los horrores de la guerra, que había dejado a Europa en la ruina. Además, las dos superpotencias de entonces, Estados Unidos y la Unión Soviética, habían divido al planeta en dos bandos ideológicos irreconciliables, que podía causar un nuevo enfrentamiento y cuyas consecuencias se esperaban catastróficas por el uso de armas nucleares. Este período se conoció como la guerra fría. Por lo tanto, si bien había paz, la situación no era normal, por lo que se buscaban nuevos rumbos, aspecto que también afectó a los artistas, muchos de los cuales habían emigrado a Estados Unidos.
Asimismo, durante la posguerra se rechazó en Occidente cualquier tipo de pintura figurativa, aunque más por motivos ideológicos que estéticos, porque se asociaba al arte nazi o al realismo socialista, este último considerado políticamente correcto en los países bajo la órbita soviética, que integraban el llamado bloque oriental.
En contrapartida, se creía que la pintura abstracta era la única representación artística posible para los países occidentales libres (según sus seguidores), por su espontaneidad y su contenido no comprometido.