Los pintores de la corriente del romanticismo preferían las técnicas coloristas al estilo lineal y frío del neoclasicismo, e introdujeron el gusto por lo medieval y misterioso, así como el amor por lo pintoresco y lo majestuoso de la naturaleza. Esta corriente se extendió a varios países de Europa:
Alemania
Los románticos alemanes inician este movimiento, con cuadros que se caracterizan por su melancolía, soledad y nostalgia por la naturaleza. Su figura más destacada es Caspar David Friedrich. El paisaje era su forma de expresión predilecto, y sus obras están llenas de un misticismo casi religioso.
Francia
En este país, el romanticismo se impuso sobre todo en la elección de los temas, con espectaculares representaciones de aventuras o de lejanos y exóticos países, huyendo de la realidad que intentaban imponer los sucesores de Napoleón Bonaparte.
Theodore Géricault fue el pionero y, junto a Eugène Delacroix, el representante más notable del romanticismo francés. El cuadro del primero, La balsa de la Medusa, provocó escándalo en 1820, pues nadie antes había representado con tanta fuerza y espontaneidad el horror.
La balsa de la Medusa impresionó mucho a Eugène Delacroix, que siguió con el tema del sufrimiento humano en obras enérgicas y de intenso dramatismo, como La Libertad guiando al pueblo (este último cuadro hecho en conmemoración de la Revolución de Julio de 1830 en Francia). A él ya no le importaba el tipo de sentimiento que provocaba con sus cuadros, sino la intensidad del mismo. El uso de su técnica del color dividido (el color aplicado por medio de pequeñas pinceladas de pigmento puro) fue adoptado posteriormente por los impresionistas en el siglo XIX.
Inglaterra
El paisaje romántico floreció también en este país, gracias a John Constable y William Turner. Los dos pintores, aunque con estilos diferentes, intentaban recoger los efectos de la luz y de la atmósfera. Por ejemplo, las pinturas de Constable (como La catedral de Salsburg) son poéticas y expresan la cuidada suavidad de la campiña inglesa.