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A mediados del siglo VII a.C., los medos se unieron para enfrentar al Imperio asirio (de Mesopotamia) y crearon un reino que sometió a los persas.

Luego, en alianza con los babilónicos (ciudad de Mesopotamia), el rey medo Ciaxares derrotó a los asirios, destruyendo su capital Nínive, en el año 612 a.C.

En el año 550 a.C., Ciro II (posteriormente llamado «el Grande»), el rey persa de un pequeño estado llamado Anzán, depuso al rey medo Astiages, capturando su capital, Ecbátana.

Convertido en el rey de medos y persas, el primer monarca de la dinastía de los Aqueménidas inició las campañas para construir su gran imperio.

En el año 547 a.C. venció al rey Creso, apoderándose de Sardes, la capital de Lidia -ubicada en Asia Menor, a orillas del mar Egeo, donde alrededor del 2000 a.C. se había levantado el Imperio hitita-, famosa por sus fabulosas riquezas.

Entre los años 546 y 540 a.C., Ciro conquistó los territorios hasta el actual Paquistán.

En el año 539 a.C. venció a Nabónides, el último monarca de Babilonia y heredó su imperio, que incluía Siria y Palestina.
Después se impuso en Fenicia y las ciudades griegas de Jonia (en Asia Menor).

Con estas conquistas se había apoderado de toda Asia occidental, desde los mares Mediterráneo y Negro, hasta el territorio que hoy corresponde a Paquistán, y desde los mares Caspio y Aral al Arábigo. Era el imperio más grande que había existido hasta entonces.

En el 529 a.C., Ciro murió en un enfrentamiento con los massagetas, que vivían en el Cáucaso (entre el Mar Negro y el Mar Caspio).

Hasta el Nilo

El sucesor de Ciro II, su hijo Cambises II (529-522 a.C.), se dirigió a África, donde se apoderó de Memfis, la capital de Egipto (525 a.C.), tras vencer al ejército del faraón Psamético II en la batalla de Pelusium. Después, avanzó hacia el sur hasta Nubia. Hacia el oeste, también se adueñó de Cirine (actual Libia).

Con estas conquistas, los persas completaron el control de todos los centros más antiguos de civilización en la zona.

Una nueva expansión

Mientras Cambises II estaba en Egipto, un impostor que se hizo pasar por su hermano se adueñó de la parte oriental del imperio.

Tras la muerte del rey, un consejo de nobles persas acordó nombrar como su sucesor a un príncipe que había sido general del ejército. Darío I, que después sería conocido como «el rey de los reyes» (522-486 a.C.), emprendió con éxito la reconquista.

Una vez consolidado el imperio, sometió a la región del río Indo, con lo que llegó a la actual zona occidental de la India. En ese lugar, ordenó que una expedición descendiera por el río hasta encontrar una ruta marítima a Egipto.
Después, para asegurarse el control de las rutas comerciales de la Rusia meridional avanzó hacia el mar Negro, donde logró que el pueblo de los escitas retrocediera hacia el norte de este mar.

Después, invadió el sudeste de Europa, conquistando Tracia y Macedonia (donde hoy se encuentran parte de Grecia, Turquía y Bulgaria).

A su muerte, el imperio tenía una extensión de cerca de cinco millones de km2.

El debilitamiento y el fin

En el año 499, las ciudades griegas, encabezadas por Mileto, ubicadas en Jonia (en Asia Menor), se sublevaron contra los persas; Atenas las apoyó enviando parte de su flota.

Darío I controló el levantamiento en el 494 a.C. y como represalia decidió atacar Atenas. En el 490 a.C. desembarcó en Maratón, pero fue vencido.

Su hijo y sucesor, Jerjes I (486-465 a.C.), con más de cien mil soldados y 1.200 navíos, atacó Grecia por tierra y mar. Consiguió incendiar Atenas, pero su flota fue destruida por Temístocles, en la batalla de Salamina, en el 480 a.C., y su ejército derrotado al año siguiente, en Platea.

Comenzaba el declive de los persas aqueménidas.

Jerjes I se convirtió en un déspota y finalmente murió asesinado. Los monarcas que le sucedieron también fueron déspotas y contribuyeron al debilitamiento de la monarquía.

El fin llegó con el rey Darío III (336-330 a.C.), que fue vencido por Alejandro Magno. Este conquistó Asia Menor en el 334 a.C., el litoral sirio en el 333 a.C.; después, Egipto y Palestina (332); terminó de someter a los persas, apoderándose de Babilonia y Susa (331), y quemó Persépolis (330), y al final, se dirigió al valle del Indo, donde se apoderó de la mayor parte del territorio (327-325).


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