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Los nobles pensaron que Mazarino podría convertirse en un aliado y devolverles los privilegios perdidos.

Al igual que su antecesor, Mazarino mantuvo la política de aplicar impuestos. Esto, sumado a las malversaciones hechas por los encargados de hacienda, impulsó una revuelta popular conocida como la Fronda, que derivó en una guerra civil y sumió a Francia en miseria y muerte.

En el año 1650, Luis I de Borbón, príncipe de Condé, fue arrestado por orden de Ana de Austria, madre de Luis XIV, quien gobernaba como regenta durante la minoría de edad de su hijo. Las provincias de Borgoña y Guyena se alzaron ante esta medida; los ciudadanos de París se armaron, y el Parlamento solicitó el destierro de Mazarino. El cardenal fingió ceder, y se refugió en Alemania. Mientras tanto, la arrogancia de Condé y sus violentas represalias contra quienes se declararan partidarios de Mazarino, despertaron el reproche de los franceses. Todo lo anterior contribuyó a afianzar aún más la autoridad del monarca, lo que aseguró el triunfo del absolutismo.

A la muerte de Mazarino y luego de las consecuencias generadas por la Fronda, Francia requería un gobierno enérgico que pudiera ordenar el país. Fue entonces cuando se alzó con fuerza la figura de Luis XIV.


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