Las innovaciones de la Ilustración alcanzaron incluso a los monarcas europeos, que veían en ellas un modo de racionalizar el aparato estatal y mejorar la condición económica de sus respectivos reinos, además de limitar el poder de la Iglesia y armar ejércitos fuertes. Sin embargo, no estaban dispuestos a entregar su poder y sus privilegios económicos y de clase, utilizando las propuestas ilustracionistas sólo en la medida en que convenía a sus intereses. Por eso se denominó a esta ideología Despotismo Ilustrado.
Entre los monarcas más representativos de esta corriente se destacaron Federico II de Prusia y Catalina II de Rusia.
Cuando Catalina II la Grande asumió el trono como zarina de Rusia, comenzó el Despotismo Ilustrado en esa nación. Educada a la francesa, gobernó con la ayuda de la nobleza reformista, realizó encuestas, suprimió la tortura, creó industrias metalúrgicas, se relacionó con famosos filósofos e invitó a Diderot a su país, pero este la describió como una "auténtica déspota", ya que las reformas fueron más aparentes que profundas y empeoró la situación del campesinado.
El rey modelo
Federico II es considerado el rey modelo del Despotismo Ilustrado: era refinado, culto y negó que la monarquía fuese dada por derecho divino. Escribió varios ensayos y obras musicales, aparte de diseñar proyectos arquitectónicos como la Ópera de Berlín, y se rodeó de filósofos enciclopedistas, llegando a calificar la filosofía y las letras como la industria del espíritu.
Abolió la tortura y otorgó facilidades al campesinado para repoblar tierras, pero no realizó reformas estructurales que, por ejemplo, suprimieran la servidumbre, manteniendo el vasallaje en beneficio de la agricultura. Además, como se apoyó en la nobleza para gobernar, sus reformas sociales fueron limitadas.