La Revolución de febrero tuvo una dirección política pluralista, a cuyo frente estuvieron hombres (como Lvov, Miliukov, Kerenski y Guchkov) de tendencias heterogéneas (liberal, conservadora y socialista moderada). Pero todos unidos por la idea de establecer en Rusia un régimen constitucional y democrático.
Sin embargo, el gobierno provisional se reorganizó varias veces en pocos meses, pasando el poder de Lvov al menchevique Alexandr Kerenski.
Todos estos gobiernos provisionales carecían de fuerzas efectivas para dominar la situación. El verdadero poder lo tenían los soviets, y, dentro de los soviets, los socialistas revolucionarios, que luego formarían el Partido Comunista.
La situación de dualidad de poder (gobierno y soviets) y la continuidad de Rusia en la Primera Guerra, contribuyeron al agotamiento de cualquier solución (gobierno provisional, ministerios de coalición, etc.). El enfrentamiento entre los revolucionarios bolcheviques y gobierno provisional era inevitable.
Pero en julio este conflicto se saldó momentáneamente, con el triunfo del gobierno provisional. Lenin, líder indiscutible de los bolcheviques, huyó a Finlandia y de ahí a Suiza, y el 6 de agosto Kerenski se convirtió en primer ministro.