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INDICE

Pocos escritores han alcanzado tanta fama y han sido tan queridos como el autor de cuentos danés Hans Chiristian Andersen. Nacido en Ondense, Dinamarca, el 2 de abril de 1805, en el seno de una familia humilde, se trasladó a Copenhague en 1819 con el propósito de dedicarse al teatro, cuando apenas contaba con 14 años. Su poca aptitud para el género dramático no le impidió ganarse la ayuda de generosos protectores, como el director de teatro Jonas Collin, circunstancia que le permitió completar sus estudios e iniciar una fecunda carrera literaria.

Apesar que Andersen, de pequeño, no recibió una gran educación su padre cultivó su imaginación contándole fantásticas historias. Ese hombre que le abrió las puertas a los mundos mágicos que la mente puede recrear, falleció en 1816, cuando el futuro cuentista tenía 11 años.

Hans Christian Andersen comenzó a publicar poemas, obras de teatro y crónicas de viajeros. Su primer reconocimiento fue Un paseo desde el canal de Holmen a la punta de Este de la isla de Amager en los años 1828 y 1829. El éxito le llegó en 1835 con la novela El Improvisador, inspirada en un viaje que realizó por Italia gracias a una beca. El mismo año aparecieron las dos primeras ediciones de Historias de aventuras para niños a las que siguieron varias series de historias cortas más parecidas a novelas que a cuentos.

Estas obras le hicieron rápidamente famoso y, durante sus muchos viajes por Europa, fue bien recibido y elogiado por amplias esferas. Describió la historia de su propia vida en El patito feo, que se convirtió en cisne.

Muchas fueron las autobiografías que escribió, ya que consideraba necesario que los lectores conocieran su vida para de esta manera entender sus obras.

La producción literaria de Andersen es muy amplia y abarca todo tipo de géneros literarios: cuentos, drama, poesía, novela (Sólo un violinista, 1837), libros de viaje (Imágenes de Suecia, 1851) y la obra autobiográfica La aventura de mi vida, de 1855.

Una de las innovaciones que incorporó fue el lenguaje cotidiano, lleno de expresiones, sentimientos e ideas hasta entonces nunca incorporados a la literatura infantil, por considerarlos lejos de su comprensión.

Gustaba de contar cuentos a los niños y cuando comenzaba a escribirlos lo hacía en una forma clara, viva y colonial. Miraba al mundo con ojos de niño y los reproducía con comentarios de adulto. Tal vez sea éste el motivo por el que tanto niños como mayores encuentran entretenidas sus obras transformándolo en uno de los autores de literatura infantil más conocidos y traducidos del mundo.

Los cuentos de Andersen, que a veces ponían de manifiesto una fe ciega en el triunfo de la bondad, eran en otras ocasiones el reflejo de la personalidad atormentada de su autor, que falleció en Copenhague el 4 de agosto de 1875.

Sus libros se han adaptado a obras de teatro, ballets, películas, escultura y pintura. Andersen se encuentra presente, de esta forma, en todas las expresiones artísticas, manteniendo su presencia a pesar del paso de los años.

Su obra

Cada texto contiene un sentido moral y filosófico, escondido detrás de cada anécdota. Los temas más recurrentes del autor danés son la religión, la muerte, Dios, la razón y los sentimientos.

La bibliografía de Andersen, que alcanza más 160 libros publicados durante su vida, transporta tanto a adultos como a chicos a mundos fantásticos.

Sus bellos cuentos de hadas han hecho de él un clásico de la literatura infantil.

Cuentos:

«El soldadito de plomo»
«La sirenita»
«El patito feo»
«La pastora y el deshollinador»
«El Abeto»
«La pequeña Ondine»
«El ruiseñor»
«El porquerizo»
«La sirenita»
«El sastrecillo valiente»
«Los zapatos rojos»
«Pulgarcita»
«El traje nuevo del emperador»
«La Reina de las Nieves»

Relatos de viajes:

«Reflejo de un viaje a Harz, 1831

Poemas:

«Fantasías y esbozos», 1831

Teatro:

«El amor en la Torre de San Nicolás»

Novelas:

«El improvisador», 1835
«Las dos baronesas», 1848

 

El Patito Feo (Extracto)

Era verano, y la región tenía su aspecto más amable del año. El trigo estaba dorado ya, la avena verde todavía. El heno había sido apilado en parvas sobre las fértiles praderas, por las que ambulaba la cigüeña con sus rojas patas, parloteando en egipcio, único idioma que su madre le había enseñado.

En torno del campo y las praderas se veían grandes bosques, en cuyo centro había profundos lagos. Y en el lugar más asolado de la comarca se erguía una antigua mansión rodeada por un profundo foso. Entre éste y los muros crecían plantas de grandes hojas, algunas lo bastante amplias como para que un niño pudiera estar de pie bajo ella. Y allí entre las hojas, tan retirada y escondida como en lo profundo de una selva, estaba una pata empollando.

Los patitos tenían que salir dentro de muy poco, pero la madre se sentía muy cansada, pues la tarea duraba ya demasiado tiempo.

Uno tras otro, los huevos empezaron a crujir suavemente.

– Queda por abrir todavía el huevo más grande. ¿Cuánto tiempo tardará? -se preguntó, volviéndose a echar en el nido.

Por último el huevo que tardaba en abrirse empezó a crujir.

¡Qué grandote y qué feo era!. La pata lo miró con disgusto.

Al pobre patito no había quién no lo corriera o le diera empujones.

Hasta que por fin el patito dio una corrida y un salto por encima del cerco, haciendo volar asustados a los pajaritos.

«Todo es porque soy tan feo» -pensaba el pobre patito cerrando los ojos, pero sin dejar de correr. Así llegó a un extenso pantano en cuyos bordes y aguas vivían patos silvestres; estaba tan cansado y tan apenado que se quedó allí a pasar la noche.

Dos días enteros permaneció allí. Luego vinieron dos gansos silvestres, mejor dicho, dos ánades. Como no hacía mucho que habían salido del cascarón eran petulantes en grado sumo.

En ese preciso momento: «¡Bang! ¡Bang!» resonaron dos estampidos en el aire, y los dos ánades silvestres cayeron muertos entre los juncos, tiñendo de rojo el agua con su sangre.

Hacia el anochecer llegó a una pequeña y pobre casita, tan miserable que parecía quedarse en pie sólo por no saber de qué lado había de caerse.

En la casita vivía una anciana con un gato y una, gallina.

-¿Qué diablos pasa? -dijo la mujer. -¡Qué maravilla!, ahora tendremos huevos de pata… si es que no se trata de un pato. Habrá que esperar a ver lo qué resulta.

El patito empezó a pensar en el aire libre y el sol, y lo invadió una irreprimible nostalgia de flotar en el agua.

Finalmente decidió irse.

Sería tarea muy triste el detallar todas las privaciones y miserias que tuvo que soportar durante el largo y duro invierno. Cuando el sol empezó a calentar de nuevo la tierra, el patito yacía en el pantano, entre los juncos.

De pronto el patito alzó las alas, y éstas se agitaron con mucha más fuerza que antes, haciéndolo ascender vigorosamente hacia el cielo. Antes que se diera cuenta de dónde estaba se encontró en un amplio jardín a orillas del lago. Ahí vio a tres hermosos cisnes que se acercaban a él saliendo de entre un macizo de plantas.

Se lanzó, al agua, y nadó en dirección de las señoriales aves y vio su propia imagen, pero ésta no era ya la de un desmañado pajarraco gris, sino la de un cisne. ¡Era un cisne!.

Unos niños llegaron al jardín con pedazos de pan y granos que arrojaron al agua, y el más pequeño exclamó:

-¡Hay uno nuevo!

-¡Sí, ha llegado otro! -aprobaron los demás, aplaudiendo y saltando.

Luego corrieron hacia su padre y su madre, arrojaron más pan al agua, y uno de ellos añadió, coreado por todos: -¡Ese nuevo es el más bonito de todos!. ¡Es tan joven!. ¡Tan elegante!.

El patito se sintió cohibido y escondió la cabeza bajo las alas. No sabía qué pensar. Era muy feliz, pero sin orgullo, pues su buen corazón nunca se dejaba llevar por ese sentimiento. Recordó cuántas veces había sido corrido y despreciado, sin soñar que un día iba a oír decir que era el más hermoso de los pájaros. Y él agitó las alas, alzó su esbelto cuello y dijo lleno de júbilo:

«Nunca imaginé semejante felicidad cuando yo era el Patito Feo».

FIN


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