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Francisca Javiera -hija mayor del matrimonio conformado por Ignacio de la Carrera y Paula Verdugo- nació en Santiago en 1781 y recibió la educación de todas las niñas de su condición social: centrada en las «labores propias del sexo», es decir, cuestiones domésticas, religión, buenos modales, lectura y escritura.

Desde su juventud, Francisca Javiera empezó a destacarse por su carácter decidido y por su belleza. Estuvo casada en dos oportunidades. La primera con Manuel de la Lastra y Sotta, de quien enviudó en 1800; la segunda, con Pedro Díaz de Valdés, a la sazón asesor de la Capitanía General.

Impulsó decididamente a sus hermanos José Miguel, Juan José y Luis en la ruta de la revolución de Independencia. Murió en Santiago en agosto de 1862, a los 81 años de edad.

Motor revolucionario de su familia

Javiera no quiso quedar fuera del curso de los hechos acaecidos a partir de 1810. Su espíritu y el amor que profesaba a sus hermanos la llamaban a participar. Algunos autores sostienen que ella era el verdadero motor revolucionario de la familia y que constantemente alentaba a sus hermanos menores.

En aquellos días, su figura se hizo conocida. Frecuentaba todas las celebraciones patrióticas y las que se realizaban a raíz de los triunfos militares. También, levantaba los ánimos en los momentos de derrota, transformándose en la heroína de la Patria Vieja.

Acompañó a sus hermanos en los buenos y malos momentos. Por ello, en 1814 emprendió el cruce de la Cordillera de los Andes rumbo a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Vivió un tiempo en Mendoza para luego trasladarse a Buenos Aires, donde fue recibida por el sacerdote Bartolomé Tollo, antiguo amigo de la familia.

Su existencia en la capital rioplatense no fue fácil. A las penurias económicas, se sumó la muerte de sus hermanos Juan José y Luis en Mendoza (1818), hecho que ella trató de evitar por todos los medios posibles y que la llevó a un profundo estado melancólico.

El exilio y la suerte de los hermanos

No se animaba a retornar a Chile, donde gobernaba Bernardo O’Higgins. Su suerte, por otro lado, seguía vinculada a la de su hermano José Miguel. Cuando este retornó desde Estados Unidos y se involucró en las disputas políticas internas argentinas, doña Javiera fue desterrada a la Guardia de Luján y luego a San José de Flores, localidad cercana a Buenos Aires. Finalmente, fue recluida en un convento en aquella capital.

Como la suerte de José Miguel parecía sellada, Javiera consiguió su libertad; sin embargo, previendo un nuevo destino de reclusión en 1819, cuando José Miguel volvió a figurar activamente, se refugió en un barco portugués que se hallaba en el puerto y se trasladó a Montevideo.

Muere José Miguel

En un momento triunfal de José Miguel, se reunió con él, pero volvió a su refugio en la banda oriental del Río de la Plata, donde recibió, en 1821, la noticia del fusilamiento del único hermano que le quedaba. Este hecho -agravado por la circunstancia de haber sido José Miguel ejecutado en el mismo lugar que Juan José y Luis- terminó por abatir su ánimo y su salud. No quería volver a Chile mientras O’Higgins rigiese los destinos del país y por ello sólo se embarcó hacia Valparaíso en 1824, tras diez años de ausencia.

Fue recibida con profundas muestras de respeto y se retiró a su hacienda de El Monte, dedicándose a su casa y a obras de caridad. Ocasionalmente, salía de su retiro voluntario, tal como ocurrió cuando solicitó la repatriación de los restos de sus hermanos, la que se realizó en 1828.

Javiera Carrera muere un 20 de agosto de 1862 a los 81 años de edad.


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