Nació en Estepona, España, en 1747. Sus padres fueron Gonzalo de Figueroa y María Caravaca y Ollán. Tras cursar sus primeros estudios, se incorporó al ejército, llegando a ser miembro de la Guardia de Corps del Rey Carlos III en 1765, cuando contaba con 18 años de edad. Trasladado a Chile, desarrolló una accidentada carrera militar. Se asegura que tenía un carácter arrebatado y porfiado, acompañado de un hondo sentido del honor, tanto del propio como del ajeno. Debido a un delito menor que cometió en España, fue condenado al destierro en Valdivia. Allí se encontraba en 1775 como simple soldado raso, lo que hace suponer que, además, fue degradado. En 1811 dirigió un movimiento contrario a la Junta de Gobierno, conocido como «El Motín de Figueroa». Fue capturado, enjuiciado y fusilado. Casado con Rosa Polo, tuvo por hijos a Manuel Antonio y Gonzalo. El primero de ellos fue un próspero comerciante.
El oficial
Sólo en 1789 Tomás de Figueroa fue ascendido al grado de capitán. En Valdivia participó en todas las actividades militares correspondientes a la mantención del sistema de fuertes y las relacionadas con la población indígena de la zona, la que se alzó en guerra en 1792. Ese mismo año también estuvo presente en la expedición que descubrió las ruinas de la antigua ciudad de Osorno. A inicios el siglo XIX, fue ascendido a coronel -ocupándose de la gobernación militar de Talcahuano- y luego fue trasladado a la comandancia del batallón fijo de Concepción.
El famoso motín
El famoso «Motín de Figueroa» se produjo el 1º de abril de 1811. Ese día, las tropas del cuartel de San Pablo se insubordinaron y desconocieron el mando de Juan de Dios Vial y Juan Miguel Benavente. A los gritos de ¡Viva el Rey!, ¡Muera la Junta!, los soldados declararon que solamente obedecerían las ordenes de Figueroa. Este, que no se hallaba en el recinto, fue informado de los hechos y se hizo presente en el lugar. Tomó contacto con las tropas amotinadas y frente a ellas se dirigió hacia la Plaza de Armas, donde se presentó ante los miembros de la Real Audiencia. Tras escuchar sus planteamientos, estos dirigieron una nota a la Junta en la cual comunicaban lo que acababa de ocurrir. Entretanto, los miembros de ese cuerpo representativo se habían reunido y ordenaron al Comandante Vial imponer el orden y recuperar el mando de la tropa amotinada. Vial partió con cerca de 500 hombres hacia la plaza, donde se produjo un intercambio de disparos. Los amotinados se desbandaron rápidamente y huyeron en todas direcciones; Figueroa se refugió en el convento de Santo Domingo desde el cual, de acuerdo al derecho de asilo, no podía ser sacado a la fuerza. Diversos grupos de revolucionarios -entre quienes se contaban el propio Juan Martínez de Rozas, Nicolás Matorras y Fray Camilo Henríquez- recorrían las calles, armados de garrotes en busca de amotinados. La situación era de por sí delicada y a ella se sumó la noticia de que desde Valparaíso se desplazaba hacia Santiago un contingente militar, cuyas intenciones no se conocían. Previendo mayores complicaciones, Martínez de Rozas despachó un batallón que salió a su encuentro, y decidió proceder con severa energía. Varias personas -entre ellas el ex gobernador García Carrasco- fueron detenidas, y Figueroa fue sacado a viva fuerza del convento donde se había refugiado.
Proceso y condena a muerte
El proceso judicial que se inició contra Figueroa presentó la particular característica de no haber sido sustanciado por los tribunales establecidos, sino por una comisión especial. Esta quedó integrada por el vocal de la Junta de Gobierno, Juan Enrique Rosales y por el Asesor y el Secretario de la misma, Francisco Antonio Pérez y José Gregorio Argomedo, respectivamente. Las declaraciones del propio inculpado, más las de diez testigos, sirvieron de base para condenarlo a la pena capital, que se ejecutó casi de inmediato. Sólo se le dio al condenado un breve tiempo para disponer de sus bienes y confesarse, irónicamente, con Camilo Henríquez.
Su sentencia de muerte
Esta decía: «Vistos estos autos criminales seguidos contra don Tomás de Figueroa, por los gravísimos delitos de insurrección contra el actual gobierno, de haber conspirado con las tropas de Concepción y otros soldados de los cuerpos de esta capital, y haber hecho fuego a otros que se hallaban guardando la Plaza Mayor de esta ciudad por orden de esta Junta, dijeron los señores que la componen que debían declararle por traidor a su Patria y al gobierno; y en su virtud le condenaban a la pena ordinaria de muerte, pasándole por las armas dentro de la misma prisión en que se halla, para evitar alguna conmoción en las actuales circunstancias; presentándose el cadáver al público para el debido escarmiento y satisfacción de la causa común dándosele antes cuatro horas de término para sus disposiciones cristianas y con el consuelo de que elija el religioso o sacerdote que sea de su satisfacción». Esto último no se cumplió.