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El futuro primer obispo de Santiago, Rodrigo González Marmolejo, nació en 1488 en Carmona, Sevilla, España, y murió en 1564. Se sabe que inicialmente fue fraile dominico y que en 1536 ya estaba en el Perú.
Llegó a Chile formando parte de la hueste conquistadora de Pedro de Valdivia, y fue vecino encomendero de Santiago -a pesar de la prohibición existente de que los sacerdotes tuviesen encomiendas-. También, se dedicó a la crianza de equinos.

En 1547 fue nombrado por el obispo del Cuzco, Juan Solano, como cura y vicario de Santiago, concediéndosele un sueldo de 75 pesos anuales. Ocho años más tarde, el obispo de Charcas lo nombró vicario general y visitador del Reino. Por Real Cédula del 29 de enero de 1557, Felipe II le otorgó la administración de la futura diócesis de Santiago, siendo designado obispo de ella el 27 de junio de 1561, por el Papa Pío IV.

Según varios autores, González Marmolejo era modesto y no tenía grandes ambiciones, y era el único sacerdote de los primeros años de la Conquista que contaba con un grado académico (bachiller). Además, se le califica de ilustrado, piadoso e incansable. Cuenta la tradición que él fue quien le enseñó a leer a Inés de Suárez.

Labor sacerdotal

Como vicario, González Marmolejo decidió viajar al Sur para acompañar a Valdivia. Llegó el 20 de marzo de 1550 en una de las dos embarcaciones que comandaba Juan Bautista Pastene, a quien se había encargado el transporte de víveres a Valdivia.

Como primer vicario de Santiago, le correspondió preocuparse del proyecto de edificación de la Catedral de Santiago, cuya construcción se inició en septiembre de 1541. En 1549 el recinto estaba habilitado para que, por lo menos, se realizaran las ceremonias religiosas. Hasta ese momento, las misas se celebraban en las puertas de la casa de Pedro de Valdivia.

Frutos y diezmos del obispado

Rodrigo González Marmolejo murió, al parecer, afectado por la gota en septiembre de 1564. Dejó algunas deudas, situación que es del todo comprensible si consideramos que la Iglesia se mantenía de los frutos del diezmo, un impuesto que grababa en una décima parte la producción agropecuaria, la que en esos años era sólo de autoabastecimiento.

Debido a ello, el 24 de octubre de 1567, el Rey Felipe II envió al presidente y los oidores de la Real Audiencia establecida en la ciudad de Concepción, una Real Cédula, en la que decía que como no se le habían cancelado a González Marmolejo los frutos y diezmos del obispado, desde que el Papa se los otorgara por una Bula en 1561, debían pagarse tales derechos a sus sucesor.


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