Nació en Santiago en junio de 1768 y murió, en la misma ciudad, el 7 septiembre de 1851. Sus padres fueron Domingo de Jaraquemada y Cecilia de Alquizar. Su niñez y adolescencia deben haber transcurrido como la de todas las mujeres de fines del siglo XVIII, es decir, debió haber aprendido las primerass letras y recibido una educación sólida en aspectos morales, y práctica en asuntos domésticos.
Su figuración pública se la debe a la Guerra de la Independencia.
En 1818, enterada de la Sorpresa de Cancha Rayada (19 de marzo), organizó militarmente a los inquilinos de su hacienda de Paine y le ofreció estas fuerzas al general José de San Martín.
Apoyo a la Independencia
Junto a sus hombres -transformados ahora en soldados-, Paula Jaraquemada concurrió a entrevistarse con San Martín, a quien proporcionó además otros elementos que eran necesarios, tales como caballos, alimentos y pertrechos. Su hacienda se transformó en hospital de sangre, pues allí fueron remitidos los heridos en Cancha Rayada, y también sirvió de Cuartel General para San Martín.
Finalizada la guerra, Paula Jaraquemada realizó una activa labor en beneficio de los desamparados. Se cuenta que en una oportunidad llegó a salvar del cadalso a una mujer conocida como «la Caroca», condenada a la pena de muerte por sus crímenes.
La visita de los realistas
Paula Jaraquemada era conocida por su carácter decidido y altivo. Un ejemplo de ello es lo que ocurrió una vez que las tropas revolucionarias habían salido de su hacienda. Inesperadamente, recibió la visita de una avanzada de las fuerzas realistas.
Su posición política era conocida y por ello no le extrañó que los «maturrangos» aparecieran por esos parajes. Según dice la tradición, se habría producido la siguiente conversación entre el oficial al mando y ella.
– Oficial: las llaves de la bodega.
– Doña Paula: ¿Necesita usted víveres? Los tendrá en abundancia.
– Oficial: las llaves pido.
– Doña Paula: las llaves no se las entregaré jamás. Nadie sino yo manda en mi casa.
Molesto, el oficial habría ordenado a sus hombres hacer fuego y Paula, entretanto, habría avanzado hacia la tropa, desafiándola. Los soldados, desorientados, no habrían sabido qué hacer, al igual que su comandante quien, entonces, ordenó incendiar la casa.
Ante esto, la dueña habría partido en busca de un bracero y lo habría hecho rodar por el suelo exclamando: «¡Allí tenéis fuego!». Nuevamente impresionado, el oficial, sin saber cómo proceder, decidió partir.