Casi todo nuestro planeta está poblado por especies vegetales. A excepción de los polos, desde la tundra ártica hasta los exuberantes bosques tropicales, todos estos ecosistemas se caracterizan por contar con plantas únicas y adaptadas a factores como el clima, la altura y las precipitaciones, entre otros.
Se ha contabilizado, hasta hoy, la existencia de más de 300.000 especies pertenecientes al Reino Plantae. Algunas de ellas son plantas gigantescas, como las secuoyas, que superan los 100 metros de altura, y otras son casi microscópicas, como ciertas algas unicelulares.
Sin embargo, a pesar de estas claras diferencias, todas las plantas comparten una característica esencial: su estructura celular les permite elaborar su propio alimento a partir de la captación de ciertos compuestos y la transformación química de ellos, a través del proceso de fotosíntesis. Por lo mismo, son llamados organismos autótrofos.
Para realizar esta interesante tarea, todas las plantas cuentan con estructuras celulares especializadas, llamadas cloroplastos. Las células vegetales poseen una pared celular con casi un 40% de celulosa, una gran vacuola (depósito de agua y minerales) y cloroplastos (estructuras de forma elíptica, donde la energía solar se transforma en energía química), entre otros organelos.