Hija de Gonzalo de los Ríos y Encío y Catalina Lisperguer, nació alrededor de 1604.
Tuvo una hermana, Águeda, y desde su infancia gozó de los beneficios de pertenecer a una familia aristocrática altamente reconocida por la sociedad de la época; sin embargo, su educación fue bastante pobre, como la de la mayoría de las mujeres de su época, e, incluso, no sabía ni leer ni escribir.
Su nombre quedó inscrito en la historia tras una serie de horrendos crímenes que se le han atribuido. El primero de ellos fue nada menos que el envenenamiento y posterior muerte de su padre, en 1622. La Quintrala se libró de la justicia por la gran influencia que tenía su familia entre las autoridades de la época. Para ese entonces, tenía tan solo 18 años. Más tarde, nuevamente estuvo implicada en asuntos dudosos, como el asesinato de un caballero de la Orden de Malta y la amenaza directa con un cuchillo a Juan de la Fuente Loarte, vicario del obispado de Santiago.
Tras estos acontecimientos, su abuela materna decidió casarla. Para ello, arregló su matrimonio con Alonso Campofrío Carvajal, soldado español de escasa influencia y fortuna, que ascendería gracias al poder de la familia de su esposa. El casamiento se realizó en septiembre de 1626, luego de lo cual la pareja se trasladó a La Ligua, a la hacienda que pertenecía a la familia De los Ríos. Allí, la Quintrala tomó el control de sus propiedades y dirigió todas las labores que se realizaban en la hacienda; sin embargo, no cesó en sus crímenes y abusos, teniendo ahora como cómplice a su marido, Alonso.
Comenzaron, entonces, los rumores populares sobre la crueldad de esta mujer, que torturaba y castigaba a los indígenas y esclavos que trabajaban en sus dominios. Incluso, se aseguraba que la Quintrala practicaba rituales satánicos y de magia negra, aprendidos de sus esclavas.
Tras la muerte de su esposo, en 1650, Catalina de los Ríos asumió el control total de su hacienda en La Ligua. Siguió cometiendo abusos, entre los que se contaron la muerte a palos de un niño mulato, a quien no se le dio sepultura en casi dos semanas, o el de la oreja de uno de sus amantes. Se convirtió, así, en una de las mujeres más temidas de la época, a quien ni siquiera el obispo del lugar era capaz de contener.
Solo en 1660, la Real Audiencia fijó su atención en las acusaciones que rondaban a la Quintrala.
Para evitar cualquier intervención en la investigación, se le encomendó a Francisco Millán que recabara de forma secreta los antecedentes. Tras la comprobación de los hechos, el oidor Juan de la Peña Salazar apresó a Catalina de los Ríos y la trasladó a Santiago. Allí comenzó el juicio, en el que se la inculpaba de alrededor de 40 crímenes.
Nuevamente sus influencias manejaron la acusación, por lo que logró salir absuelta.
Enferma, redactó su testamento en 1662. En él estableció que casi toda su fortuna fuera destinada para el descanso de su alma, por lo que dejó 20 mil pesos para que se hicieran 20.000 misas en su nombre y otro tanto para que se realizaran otras mil misas en los días posteriores a su entierro; también fijó 500 misas para el descanso de las almas de los indígenas que habían sufrido con sus acciones. Dispuso, además, que 6.000 pesos de su fortuna se utilizaran en la procesión del Cristo de la Agonía, realizada cada 13 de mayo.
Murió en 1665 y su cuerpo fue sepultado en el templo de los monjes agustinos, vestido con el hábito del santo de la orden.
Glosario
– Cómplice: Persona que coopera en la ejecución de un delito o falta.
– Cercenar: Cortar las extremidades de algo.
La leyenda del Cristo de Mayo
La historia de Catalina de los Ríos también posee episodios fantásticos, como la historia del Cristo de Mayo. Cuenta la leyenda que un día, paseando por sus tierras, la Quintrala vio en el tronco de un árbol la cara de Cristo, por lo que mandó a tallar su figura con la madera del mismo árbol. Esta permaneció en su casa y fue testigo de los crímenes y arrepentimientos de esta mujer, la que, finalmente, en un ataque de ira, retiró al Cristo del lugar, alegando que «no quería que ningún hombre le pusiera mala cara en su casa».
La imagen fue llevada hasta la iglesia de San Agustín, donde la colocaron en uno de los altares laterales. Más tarde se le llamaría el Cristo de Mayo, porque, tras el terremoto acaecido el 13 de mayo de 1647, la pared donde permanecía el Cristo fue la única que permaneció en pie. El movimiento telúrico desprendió la corona de espinas, la que se deslizó hasta sus hombros. Según la creencia popular, cada vez que se ha intentado colocar la corona en su lugar, ha temblado.
¿Sabías que?
– La Quintrala tuvo un HIJO, pero el niño murió a los diez años.
– Benjamín Vicuña Mackenna, en su libro LOS LISPERGUER Y LA QUINTRALA dio a conocer por primera vez la historia de esta controvertida mujer.