Nació en Laguardia (Álava) el 12 de octubre de 1745 en el seno de una acomodada familia vasca, de noble tradición. Desde muy pequeño, su padre le inculcó, de la mano de un tutor, los conocimientos de materias como Lectura, Escritura, Gramática, Matemáticas, Música y Humanidades. Adquirió así una importante formación.
Dedicado a la música, tocaba muy bien el violín. Fue enviado, según era costumbre entre los potentados del País Vasco, a estudiar a un colegio jesuita de Bayona y luego a Burdeos.
Estudió en Valladolid y viajó a Francia, cuya influencia se advierte en la única obra por la que lo conocemos: las Fábulas morales, 157 fábulas distribuidas en 9 libros, escritas para los alumnos del seminario de Vergara.
En lo que se refiere a la literatura, era el centro de atención de reuniones debido a su particular genio y rapidez de palabra satírica. En algunas ocasiones le trajo algún que otro problema, pues sus versos picarones y burlones molestaban a más de uno.
Samaniego ridiculiza los defectos humanos en sus fábulas, imitando a los grandes fabulistas Fedro, Esopo y La Fontaine. Aunque las fábulas de Samaniego están escritas en verso, su carácter es prosaico, dados los asuntos que trata y su finalidad didáctica. Entre sus principales fábulas tenemos: La paloma, Congreso de ratones, La cigarra y la hormiga y El perro y el cocodrilo.
Murió en Laguardia (Álava) el 11 de agosto de 1801.
La cigarra y la hormiga (Félix María Samaniego)
Cantando la Cigarra
pasó el verano entero,
sin hacer provisiones
allá para el invierno;
los fríos la obligaron
a guardar el silencio
y a acogerse al abrigo
de su estrecho aposento.
Viose desproveída
del precioso sustento:
sin mosca, sin gusano,
sin trigo, sin centeno.
Habitaba la Hormiga
allí tabique en medio,
y con mil expresiones
de atención y respeto
la dijo: «Doña Hormiga,
pues que en vuestro granero
sobran las provisiones
para vuestro alimento,
prestad alguna cosa
con que viva este invierno
esta triste Cigarra,
que alegre en otro tiempo,
nunca conoció el daño,
nunca supo temerlo.
No dudéis en prestarme;
que fielmente prometo
pagaros con ganancias,
por el nombre que tengo.»
La codiciosa Hormiga
respondió con denuedo,
ocultando a la espalda
las llaves del granero:
«¡Yo prestar lo que gano
con un trabajo inmenso!
Dime, pues, holgazana,
¿qué has hecho en el buen tiempo?»
«Yo, dijo la Cigarra,
a todo pasajero
cantaba alegremente,
sin cesar ni un momento.»
«¡Hola! ¿conque cantabas
cuando yo andaba al remo?
Pues ahora, que yo como,
baila, pese a tu cuerpo.»