Nosotros, es decir, nuestro planeta, está dentro de una galaxia llamada Vía Láctea, por lo que todas las estrellas que vemos en el cielo pertenecen a ella. El Sol, que veremos más adelante, es una estrella más dentro de esta gran galaxia, que no sólo cuenta con estos astros, sino que además la componen planetas, cúmulos de estrellas, hidrógeno atómico, hidrógeno molecular, nitrógeno, carbono y silicio, entre otros elementos.
Todas las galaxias existentes se han formado a partir del mismo evento: el Big Bang. La expansión del Universo comenzó precisamente con esta gran explosión, que en sus primeros 700 mil años fue como una masa homogénea, pero que debido a la fuerza de gravedad se fue separando de a poco formando cúmulos de galaxias.
Algunas galaxias comenzaron a girar cada vez más rápido, aplanándose y convirtiéndose en galaxias espirales, como la Vía Láctea. Otras, en cambio, giraron muy poco y formaron galaxias elípticas.
Las galaxias elípticas están compuestas de estrellas y se cree que todas ellas serían estrellas viejas. Dentro de estas galaxias hay una gran variedad de tamaños, desde las enanas (con un millón de estrellas) hasta las más masivas, que poseen más de un billón de estrellas.
Las galaxias espirales, en cambio, siempre contienen miles de millones de estrellas, muchas de las cuales son viejas.
Finalmente, están las galaxias irregulares, de las que son ejemplo las Nubes de Magallanes, manchas blanquecinas vecinas a la Vía Láctea, descubiertas por Hernando de Magallanes. Estas galaxias son más pequeñas que las espirales, con una mezcla entre estrellas viejas y jóvenes.