Eran dos buenos amigos, uno, un brioso caballo de paso, y el otro, un burro ya entrado en años.
La familia de los Alejo, amos del burro, era bien humilde y vivía en una pequeña choza, no muy lejos de los Allende, dueños del caballo, quienes eran pitucos, gente bien acomodada, que vivía en una gran casa con caballeriza.
Un día, las dos familias se fueron por diferentes caminos para ir a misa, pues era domingo.
Luis, así se llamaba el caballo, aprovechando la ausencia de sus amos, fue a escondidas a visitar a su amigo el burro (que por ser de familia pobre, no tenía nombre) y le dijo: «Ven a mi casa, tengo un lugar muy especial que quiero mostrarte».
Su caballeriza era bonita, limpia y olía a pasto verde y fresco. Luis agregó: «Tengo muchas cosas para jugar juntos».
Ambos amigos comenzaron a jugar como dos niños que no jugaban desde hace años.
En un momento de su juego, el burro le dijo a Luis: «Te reto a ver quién salta más alto sobre esa cerca».
Luis le contestó: «Tú jamás me ganarás. Además estoy entrenado para saltar cuantos obstáculos se me presenten».
El burro insistió: «No puedes, sabes que perderás, por eso dices eso».
Luis (el caballo) aceptó el reto, y para que su amigo el burro viera que era generoso, dejó que él comenzara. El burro saltó tan magníficamente como si fuera una gacela, y mientras estaba por los aires se dijo para si: «Ese Luis jamás me ganará». Y se rió: «Jija, jija, jija».
Tan estruendosa fue su risa que se descuidó y al caer, pisó mal, y se rompió una pata. La caída fue tan aparatosa que el burro empezó a sangrar copiosamente. Al ver la herida abierta en su pata hizo un gran ruido de lamento, «¡Zaaaaa, zaaaa!», que se escuchó a varias cuadras.
En esos momentos, las dos familias estaban ya de regreso, y al escuchar tales gritos desgarradores, fueron corriendo a ver qué pasaba.
Cuando estaban cerca de sus viviendas, encontraron sangre por todo el suelo como si esta hiciera un camino y los llevará a un lugar. Las dos familias al ver esto pensaron casi al mismo tiempo: «El animal de la otra familia ha matado al nuestro». Y comenzaron a agarrarse a golpes sin esperar a comprobarlo.
Este pleito duró unos minutos, hasta que algo les hizo reaccionar con asombro, dejándolos pasmados. Vieron como el caballo llevaba en su lomo a su amigo el burro (ambos estaban bañados de sangre). Entonces, los Alejo y los Allende fueron a auxiliar a sus animales, y por obra de magia las dos familias por fin decidieron trabajar en equipo: «Hay que llevarlos en el carro inmediatamente al hospital». «Sí, el burro esta medio inconsciente».
Pero para mala suerte de ellos, los dos carros que tenían -uno último modelo y el otro, una chatarra de segunda todavía operativo-, por su ira y enojo, ambas familias, unos días antes, los habían malogrado. Por lo tanto, no podían llevarlos al veterinario que se encontraba algo lejos del lugar donde se encontraban.
El caballo decidido dijo: «Yo llevaré a mi amigo sea como sea».
Ambas familias se miraron y dijeron: «Vamos a ayudar».
– «Aunque con la ayuda del caballo no llegaremos», dijeron los Alejo.
– «A menos que cortemos camino», dijeron los Allende.
– «Ese camino es peligroso para el caballo, hay vidrios y lajas de piedras filudas, porque ese camino todavía no lo terminan», dijeron los Alejo.
– «No hay tiempo que perder, ¡vamos!, mi amigo está perdiendo mucha sangre», exclamó el caballo.
Todos fueron lo más rápido posible, pero en el trayecto, el caballo, para su mala suerte, pisó una laja filuda que se le incrustaba cada vez más cuando daba un paso. Pero a Luis no le importó, con tal de salvar a su amigo el burro, y siguió adelante.
En eso, el burro le susurró a la oreja: «No llegaremos, creo que esta fue nuestra última travesura, y aunque fue una tontería ese juego, lo pasamos bien».
A lo que Luis dijo: «Calla, no digas tonterías, ya falta poco. Resiste amigo».
Una de las familias se percató que el burro se desangraba cada vez más, y que el caballo también estaba perdiendo sangre -poca comparada con la del burro- cada vez que pisaba.
Los Alejo dijeron: «No hay tiempo que perder, sigamos».
Pero los Allende exclamaron: «¿No ven que nuestros animales se están desangrando? Esto no hubiera pasado si hubiéramos puesto más atención en ellos, y no nos hubiésemos enfrascado en rencores y odio entre nosotros».
Cuando llegaron al veterinario, ambas familias se sentían culpables por lo sucedido y comenzaron a soltar lágrimas.
El médico les dijo: «No hay tiempo que perder», y los llevaron inmediatamente de emergencia hasta el quirófano.
En la sala de operaciones, Luis tuvo un sueño singular. Había quedado inconsciente por el esfuerzo que hizo y por los sedantes que le administraron, al igual que al burro. Soñó que con su amigo el burro se encontraban en un lugar en el que jamás habían estado antes. Era tan lindo, había pasto fresco, lleno de alfalfa y flores, donde jugaron saltando cercas y dando brincos. Pero, cuando terminaron de jugar, su amigo burro le dijo: «La pasé muy bien contigo, amigo mío, espero que nunca te olvides de mí, y cuando nos volvamos a encontrar jugaremos todo lo que queramos en este lugar tan bonito. Adiós, amigo mío».
En eso, Luis despertó y vio que las dos familias estaban llorando desconsoladamente. Entonces, recién el caballo comprendió el significado de su sueño.
A partir de ese momento, las dos familias nunca más volvieron a pelearse ni a odiarse.
Después de muchos años, Luis, el caballo, murió. En el día de su muerte, una paloma blanca se posó al lado del caballo. Era su amigo el burro. Condujo el alma de su amigo Luis al lugar donde estarían juntos y jugarían todo el tiempo, saltando, brincando y comiendo alfalfa fresca y pasto verde… para siempre.
Por: Marco Pio, 16 años.