Son las seis de la mañana, aún está oscuro, es un día frío. La neblina lo cubre todo, sin permitirme ver más allá de mis manos en frente de mi cara.
Camino lentamente hacia lo que era mi hogar, no hay nadie en las calles, sólo siluetas de personas que aparecen y se esfuman tras mis recuerdos. Mis únicos acompañantes son los árboles que se mecen al son del viento.
Tras la guerra ya no queda nada, sólo un montón de ruinas en las que miles de vidas quedaron atrapadas, entre ellas, mi esperanza.
Por: Camila Briones