Había una vez, en una lejana tierra, una niña que vivía con su abuelita. Sus padres habían muerto en un accidente rumbo a Venecia.
El paisaje era seco, sin ninguna sombra donde estar. Después de dos años vinieron unas personas y construyeron una casita al lado de la de Pamela y su abuelita.
Ya iba a ser invierno y a Pamela le tocó una gran sorpresa: su abuela se había enfermado y no tenían dinero para comprar los remedios. Así que la niña decidió trabajar para juntar dinero.
Después de un mes, las cosas se habían arreglado y la abuela de Pamela se había mejorado. Como Pamela no tenía amigos, decidió ir a dar una vuelta. Por el camino se encontró con su vecino. El niño le preguntó si quería jugar con él y su perro. La niña aceptó.
Vivían cerca de un cerro. El niño le dijo que su perro era un muy buen cazador. Cuando iban escalando el perro se adelantó y comenzó a olfatear y a cavar. Ya se estaba oscureciendo, así que se tuvieron que ir, pero se iban a juntar al día siguiente.
La niña llegó muy contenta a su casa porque había conseguido un amiguito. La abuelita se alegró también.
Al día siguiente, la niña tomó desayuno y partió a jugar con su vecino. Escalaron el cerro y el perro comenzó a cavar.
Encontraron un tesoro y saltaron de felicidad. Se repartieron el tesoro, y la niña, el niño y su familia, incluyendo a la abuelita, tomaron la decisión de cambiarse de casa, a la ciudad.
Se compraron dos casas, una para cada uno, todos vivieron sin ningún problema y se unieron más todavía. Y vivieron felices para siempre, como una gran familia.
Por: Daniela Verdugo, 11 años.