Había una vez, una joven niña de 15 años llamada Cintia. Ella era muy hermosa, tenía bellos cabellos dorados como el oro, ojos calipsos como el cielo, una piel blanca como la nieve, lindos labios rojos como las frutillas, pero tenía dos defectos: era huérfana y ciega.
Vivía en Viña del Mar con su malvada tía Camelia, ya que esta tía estaba envidiosa por la belleza de Cintia, que la tenía como esclava, además de tenerla presa en casa correspondiente a Cintia, pero dicha joven no lo sabia.
Cintia, cuando tenía tiempo, salía al jardín a escuchar el cantar de los pajaritos, a oler el perfume las flores y a pasear por el pasto. Y cuando estaba sentada un adolescente se subió por la pared y vio una inmensa mansión y a Cintia, y quedó sorprendido por lo bonita que era ella.
-Hola -dijo el muchacho-, me llamo Francisco Javier, y usted hermosa joven, bella como las rosas, frágil como un cristal, parece que me he enamorado de usted.
-Me llamo Cintia, simpático joven, y gracias por los piropos.
-No agradezca, ya que usted es un ángel caído del cielo -dijo Francisco-.
-Lástima que no lo pueda ver, ya que soy ciega y desgraciada que no puedo ver a tan amoroso muchacho, que con su romance me puede matar de la felicidad -dijo Cintia-.
-Usted me roba el corazón -dijo el joven-.
-Y usted se adueñó del mío… -dijo Cintia-.
Cuando de repente, llegó Doña Camelia, se enfureció tanto que a Cintia la encerró por largo tiempo en su cuarto.
Pasaron cinco años, Cintia ya tenía veinte años. Pero sucedió algo espectacular, ¡Cintia empezó a tener vista! Y desesperada trató de abrir la puerta pero no podía, hasta que rompió un poco de su cama, tomo un pedazo de madera y con eso empujó la puerta hasta que la abrió, y llamando por todas partes a su tía llegó el jardinero y le contó que su tía había muerto hace cuatro años, entonces toda la riqueza de la casa era de ella y supo que esa casa siempre fue de ella ya que sus padres se la heredaron.
Fue a buscar a Francisco Javier y se besaron, y pasó el tiempo y se casaron y tuvieron muchos hijos y todos vivieron felices para siempre.