En un pueblo muy lejano, existía un niño llamado Jaime, a Jaime le gustaba mucho escuchar en la tele o en la radio los programas de las conquistas del mundo, y siempre después de escucharlas jugaba a que él era el capitán de las conquistas y conquistaba la cocina, el living o la pieza de sus padres en una misión de extrema entretención, pero que siempre terminaba aburriéndose.
Llegó un día en que él escuchó a sus padres hablando de que se había mudado una familia al departamento de al lado, el pensó que era de al lado de la derecha, pues su madre movió la cabeza a la derecha, pero en verdad era a la izquierda. Como Jaime era conocido en todo este edificio, y era sobrino de Raúl, el dueño de la empresa, Raúl le daba permiso para jugar en algunos departamentos desocupados del piso.
Al otro día se levantó a las 9:00, se duchó en un récord de 7 minutos con 32 segundos, como él pensaba que el departamento desocupado era el de la izquierda se preparó para ir a conquistar el departamento de la izquierda, tomó su linterna, su espada de plástico, una caja de fósforos con la cuál se hacía un teléfono para llamar a «su base» (Jaime tenía mucha imaginación), y se colocó el casco de bombero de su tío y fue a conquistar el departamento de al lado.
Al principio tuvo una sensación de que se iba a llevar una gran sorpresa pero pensó que iba a ser muy entretenido, pues iba a ser su mayor conquista, porque nunca había hecho algo tan grande. Entró a la casa, caminó, caminó y caminó agachado, muy sigiloso para que los «habitantes de la isla Negra» no lo escucharan, se decidió por entrar en «la sala de preparación de las pócimas para el sueño», que era la cocina, y entró y se llevó su gran sorpresa, un niño de su misma edad comiendo un
trozo de pie de limón, Jaime le preguntó qué cosa hacía en ese departamento. Enrique, así se llamaba el niño de ése departamento, le explicó que el se mudó el otro día y que estaba comiendo pie de limón porque era su santo y sus padres salieron a reservar una hora en el restaurante. Jaime se disculpó, pues él pensó que el departamento estaba desocupado.
Esa noche la familia de Enrique invitó a Jaime al restaurante y comieron un rico asado, llevaron a Jaime al hotel y le dieron un pedazo de pie de limón. Así Jaime y Enrique fueron muy buenos amigos y los fines de semana jugaban a las conquistas en el hotel y en el parque.