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Había una vez, una niña llamada Rosa. Ella era hermosa.

Un día cualquiera quiso ir al bosque. Entre los árboles encontró a una pequeña ave con su alita rota.

Con mucha delicadeza la tomó con sus suaves manos. De repente, detrás de ella vio una sombra. La niña la observó con mucho miedo. Era un cazador que venía con su escopeta.

La niña le explicó, con mucho miedo, que sólo quería ver al ave. Pero el cazador le dijo que se la entregara.

Ella simuló que se la pasaría, pero salió corriendo. El cazador empezó a disparar. Uno de los balazos alcanzó a la niña en el estómago, pero alcanzó a llegar a su casa.

Su mamá estaba barriendo, cuando vio a su hija, la abrazó. Pero era demasiado tarde, murió entre los brazos de su madre.

Desde entonces, se cuenta que cuando sepultaron a la niña creció una extraña flor roja. Era hermosa, igual que la niña, y tenía muchas espinas, lo cual demostraba su timidez.

Un día cuando la madre la vio, la mojó con sus sollozos y la llamó Rosa, igual que su difunta hija. Las lágrimas quedaron sobre la florcita hasta ahora, y siempre cuando la madre no está a su lado, gotas de agua empiezan a caer como lágrimas desde sus pétalos.

Por: Tamara Pérez


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