Los arquitectos egipcios inventaron la bóveda, la columna y la bovedilla recta usando materiales como la caliza, el asperón (arenisca arcillosa) y el granito rosado o azul de las montañas, dejando el ladrillo para las murallas y las casas. La habilidad empleada en la construcción de sus obras y la sequedad del ambiente permitieron que estas permanecieran casi intactas durante siglos.
Sus trabajos arquitectónicos fueron, principalmente, tumbas y templos. Dentro de las primeras se destacan las pirámides, como la de Keops, Kefrén y Micerinos. Los templos resaltan por sus tamaños y firme estructura. Algunos fueron construidos al aire libre y otros elaborados en las mismas rocas, es decir, subterráneos. Los más famosos son los de Karnak y Luxor, en donde se encontraba Tebas y, como ejemplo de templo subterráneo, el de Ipsambul.
Un templo era la propiedad y casa de un dios simultáneamente. Estaba rodeado por un largo cerco de ladrillos y contenía a una población entera encargada de su servicio. Tenía habitaciones para sacerdotes y servidores, talleres, edificios de servicio y parques para los animales de sacrificio.
El templo propiamente tal estaba ubicado en el centro del perímetro, al interior de una segunda línea de murallas y se accedía a él por una avenida enlosada, en cuyos lados se instalaban hileras de esfinges (monstruo fabuloso con cabeza humana y cuerpo y patas de león).