Muchas veces, y debido a la gran intensidad que alcanzan, con vientos que pueden superar los 300 kilómetros por hora, un huracán provoca verdaderos desastres naturales.
Se han registrado huracanes que, en poco tiempo, producen una devastación similar a la de un terremoto o a la de una bomba atómica.
Incluso, se estima que la liberación de energía durante la ocurrencia de este fenómeno es tan grande, que se podría comparar con la desprendida por 10 bombas de las lanzadas en Hiroshima.
Pueblos enteros desaparecieron bajo la fuerza de los impetuosos vientos, los que sólo pueden ser vigilados por la tecnología creada por el ser humano.
Ningún artefacto logra, hasta el día de hoy, contrarrestar su fuerza; el hombre se ha transformado en un simple espectador de lo que sucede cada vez que se desarrolla un huracán.
Origen de un huracán
Los huracanes son vientos de gran intensidad que se forman en los océanos, principalmente, por la diferencia de presión de dos masas de aire.
Ocurren a bajas latitudes, sobre todo en las áreas tropicales, donde se generan las condiciones necesarias para su surgimiento y desarrollo. Rara vez superan las alturas de algunas formas del relieve (como mesetas o montañas) y pierden su energía, rápidamente, al atravesar un continente.
Para entender cómo se genera este extraordinario fenómeno, debemos considerar la necesaria presencia de cuatro elementos:
– Temperatura oceánica: el agua de los océanos debe alcanzar una temperatura superior a 27 ºC, lo que facilita que el aire húmedo se caliente, se expanda y comience a elevarse. El aumento de la temperatura facilita, entonces, la evaporación del agua y su posterior condensación, a tal punto que se forman enormes nubes de tormenta.
– Humedad ambiental: también debe ser abundante, para otorgar energía al huracán en formación. Esto contribuye a explicar por qué los huracanes pierden fuerza al llegar a tierra firme, pues la humedad de la cual se nutren en el océano disminuye.
– Vientos: facilitan la evaporación y originan una presión negativa que arrastra el aire hacia el centro del huracán y arriba, succionando más aire caliente y energía desde la superficie del océano.
– Rotación terrestre: si bien afecta a todos los fenómenos propios de nuestro planeta, otorga particularmente, al huracán la capacidad para girar y desplazarse desde los océanos a tierra firme, como un verdadero trompo. Además, influye en la dirección que, según el hemisferio, toman los vientos (en el hemisferio norte van en sentido contrario al reloj, mientras que en el hemisferio sur lo hacen al revés).
Fases de desarrollo
Es posible distinguir cuatro etapas durante la formación de un huracán, las que se diferencian por la intensidad de los vientos. Ellas son:
– Perturbación tropical: un huracán nace a partir de este fenómeno que, básicamente, consiste en la formación de un centro de baja presión. Por sobre la superficie de los océanos se generan ligeros vientos. Comienza la formación de algunas nubes.
– Depresión tropical: los vientos alcanzan velocidades cercanas a los 60 km/h y comienzan a girar en forma circular.
– Tormenta tropical: corresponde al desarrollo del fenómeno, ya que los vientos continúan aumentando su velocidad sostenidamente (entre 60 y 100 km/h). Es posible detectar un incipiente centro u ojo del huracán, con su característica forma circular.
Cuando el ciclón alcanza esta intensidad, se le asigna un nombre preestablecido por la Organización
Meteorológica Mundial.
– Huracán: cuando la tormenta se intensifica, podemos hablar de la presencia de un huracán. Los vientos máximos pueden superar los 119 km/h y las nubes cubren una extensión que va desde los 500 a 900 kilómetros de diámetro, produciendo lluvias intensas. El ojo del huracán alcanza, normalmente, un diámetro que varía entre 24 y 40 kilómetros; sin embargo, puede llegar hasta los 100 kilómetros. En esta etapa también es posible clasificarlo en algunas de las categorías de la escala Saffir.
– Simpson (ver más adelante): Cuando el huracán llega a tierra firme, pierde su energía hasta disiparse.
El ojo del huracán
Gracias a las fotografías sacadas desde aviones y a las tomas cada vez más avanzadas que entregan los satélites meteorológicos, es posible diferenciar algunas zonas presentes en todos los huracanes.
La más conocida de ellas es el centro, comúnmente denominado ojo del huracán. Es un área circular bastante tranquila, sin nubes, con escasas o inexistentes lluvias y vientos que no sobrepasan los 30 km/h.
Cuando pasa sobre un lugar, otorga una limitada calma entre los vientos huracanados; su duración no es mayor a una hora, dependiendo de su extensión.
El ojo del huracán mide, aproximadamente, entre 25 y 35 kilómetros y sirve como un verdadero eje de rotación para los vientos. A nivel del suelo se registra la presión más baja y en la parte alta del huracán, la temperatura es más cálida. Respecto de este último punto, se ha comprobado que dicha temperatura puede ser de hasta 10 ºC más alta que en el ambiente circundante.
En el límite exterior del ojo, hay una zona de nubes verticales (cumulonimbos) muy cargadas de agua, que se extienden desde los 150 metros hasta los 15 kilómetros de altura. Se la conoce como pared del ojo y se caracteriza por poseer los vientos más fuertes y las lluvias más intensas.
A continuación, siempre hacia el exterior del huracán, se encuentra una gran extensión de formaciones nubosas donde las zonas de lluvias fuertes se desplazan en espiral hacia el centro, sin atravesar la pared.
Listado oficial
Durante muchos años, el nombre de los huracanes de la zona atlántica dependía del santo que se celebrara el mismo día en que se había formado u observado por primera vez.
Posteriormente, el australiano Clement Wragge los denominó según un listado de nombres femeninos, bastante arbitrario, ya que incluía solo aquellos pertenecientes a personas que le desagradaban.
Durante la Segunda Guerra Mundial, se utilizó un código en orden alfabético, que facilitaba la transmisión de esta información entre las tropas (con nombres como Alfa, Beta, Charlie, etc.).
A partir de este ordenamiento, en 1953, el Servicio Meteorológico de Estados Unidos otorgó, nuevamente, nombres femeninos para denominar a los huracanes; sin embargo, en 1978, una organización feminista presentó un reclamo, solicitando que se incluyeran de igual forma nombres de varones.
Es así como desde esa fecha, la Organización Meteorológica Mundial elaboró seis listados con nombres de hombres y mujeres, desde la letra A hasta la W, que son comunes a los idiomas español, inglés y francés. Estas listas se van intercalando cada año, lo que explica que, por ejemplo, en 2007 se utilice la misma nómina que la del año 2001.
Sólo rige una única regla para el retiro de alguno de los nombres. Si el huracán ocasionó un gran impacto económico y social para el o los países por donde pasó (causando daños extremos y un gran número de muertos), se elimina de las listas. Es lo que sucedió con Andrew, Katrina, David y Hugo.
Escala de Saffir-Simpson
En 1969, la Organización de Naciones Unidas solicitó la evaluación de los daños generados por el paso de los huracanes en un determinado tipo de viviendas.
A partir de ello, el ingeniero norteamericano Herber Saffir y el entonces director del Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos, Robert Simpson, desarrollaron una escala de medición para calificar los daños potenciales que puede provocar un huracán, considerando la presión mínima, los vientos y la marea tras su paso.
Está conformada por cinco categorías:
– Categoría 1: el daño ocasionado por estos huracanes es mínimo. Los vientos solo alcanzan velocidades que van desde los 119 a los 153 kilómetros por hora, mientras que las marejadas no superan los 1,5 metros. Entre los trastornos más visibles está la caída de algunos arbustos y otros árboles de escaso tamaño, así como el desprendimiento de algunas estructuras que no fueron bien aseguradas.
– Categoría 2: provoca daños moderados, ya que los vientos van desde los 154 a los 177 kilómetros por hora y las marejadas pueden, fácilmente, llegar hasta los 2,4 metros. Derriba algunos árboles, daña letreros y avisos publicitarios y destruye, en forma parcial, techos, puertas y ventanas. Es posible, además, que las carreteras, caminos y edificaciones cercanas a la costa se inunden, por la subida de las aguas.
– Categoría 3: los vientos, entre 178 y 209 kilómetros por hora, y las marejadas, que superan los 3,5 metros, ocasionan daños extensos. Árboles de varios metros de altura y con raíces bastante firmes, se elevan por los aires, mientras las casas rodantes son, fácilmente, removidas de sus lugares habituales.
Además, las grandes construcciones de la franja costera sufren un gran deterioro por el aumento del nivel de las aguas y también por la cantidad de escombros arrastrados, que chocan contra ellas. Si se detecta un huracán de estas características, es probable que se proceda a evacuar a la gente que vive en los sectores más cercanos al mar, trasladándola a sectores interiores.
– Categoría 4: daños extremos. Los vientos van desde 210 hasta 250 kilómetros por hora, y las marejadas superan los cinco metros en su avance a tierra firme. Se produce el colapso total de los techos; algunas paredes se desploman y los terrenos bajos se inundan. El agua de la costa avanza con facilidad unos diez kilómetros hacia el interior, lo que provoca la urgente evacuación de la población.
– Categoría 5: los huracanes de este rango son considerados devastadores. Los vientos alcanzan velocidades superiores a 250 kilómetros por hora y las marejadas superan los 5,4 metros de la categoría anterior. En las zonas azotadas por huracanes pertenecientes a esta categoría, se produce casi un colapso total de las edificaciones, la vegetación e, incluso, las rutas de evacuación.