Los primeros pasos del Renacimiento los dio la bota italiana. De hecho, los términos para definir los períodos en que se divide esta nueva corriente son italianos: Trecento (siglo XIV), Quattrocento (siglo XV) y Cinquecento (siglo XVI); aunque también se separa la época renacentista en: principios del Renacimiento (1425-1500), Alto Renacimiento (1500-1530) y Manierismo (1530-1580).
Florencia comenzó a brillar con luces propias, liderando un movimiento que estableció las bases de un arte más científico, luminoso y equilibrado, que buscó la belleza y armonía que representara el principio del orden divino sobre las cosas, para no entrar en conflicto con los preceptos básicos del cristianismo.
Además, sus artistas gozaron de un cambio de percepción. Ahora ya no estaban ligados a las ataduras de un gremio de artesanos. Se habían independizado. Eran libres de expresar su arte de acuerdo con sus propias convicciones y contaban con el apoyo de las clases altas.
Así, no extrañó que surgieran nombres como Filippo Brunelleschi, arquitecto que construyó la gran cúpula de la catedral de Florencia, o los propios florentinos Lorenzo Ghiberti y Donatello. El primero esculpió las puertas de bronce del baptisterio (edificio pequeño en que se encuentra la pila bautismal) de Florencia y Donatello realizó las primeras esculturas del Renacimiento.
Sin embargo, fue la pintura la que desarrolló todo su potencial. Al no haber obras antiguas en las cuales inspirarse, y con la introducción del óleo y el caballete, tuvieron plena libertad para crear. Así, los cuadros destacaron por las líneas perfectas de los dibujos, la justa distribución de luces y sombras, la excelencia de la composición y el redescubrimiento de la perspectiva. Un ejemplo de esto fue el pintor Sandro Botticelli, con su notable naturalismo y cuidado dibujo.