Esta revolución religiosa del siglo XVI no fue nueva y tuvo precedentes que vienen del siglo XIV, con el Gran Cisma (división). Los escándalos de este movimiento repercutieron en toda la cristiandad y provocaron en todas partes violentos conflictos. Durante cincuenta años, entre 1378 y 1429, Europa estuvo dividida entre dos papados, uno en la ciudad de Aviñón (Francia) y el otro en Roma.
A principios del siglo XV se produjo un poderoso movimiento de reforma, dirigido por los doctores de la Universidad de París, quienes vieron que el papado estaba debilitado y quisieron transformar la Iglesia presentando sus ideas en dos concilios ecuménicos, el Concilio de Constanza (1414-1417) y el Concilio de Basilea (1431-1433). Sin embargo, los doctores parisienses no consiguieron su objetivo y el papado logró permanecer dueño de la Iglesia, sin realizar ninguna reforma.
No obstante, esta crisis dejó debilitada su autoridad, y por esto el camino para la revolución se vio favorecido. Esto, sumado a la influencia de las corrientes renacentistas, hizo que los hombres del siglo XVI empezaran a criticar las doctrinas y los ritos de la Iglesia, y que en todos los países se alzaran voces pidiendo una reforma interna de la misma.
Lutero y la querella de las indulgencias
La oposición a la Iglesia se hizo particularmente violenta en Alemania, porque se protestaba contra las grandes sumas de dinero recolectadas entre sus ciudadanos y que eran enviadas a Roma. Pero causaba especial indignación la venta de indulgencias (o perdón).
De esta manera, las protestas en Alemania aumentaron cuando el Papa León X decidió vender estas indulgencias para financiar la construcción de la Basílica de San Pedro. El encargado de aquella distribución fue un monje dominico llamado Johann Tetzel, que recibió como contrapartida del monje agustino (congregación rival de los dominicos) Martín Lutero (1483-1546) una lista con 95 tesis (proposiciones) en contra del tráfico de indulgencias, publicada el 31 de octubre de 1517. Los dominicos replicaron a Lutero con 110 contraposiciones, y así quedó trabada la llamada querella de las indulgencias, que inició la Reforma.
En un principio, el Papa no vio en aquello más que una simple “contienda de frailes”, pero la disputa se fue haciendo cada vez más agria. De hecho, Lutero se fue apartando de las doctrinas de la Iglesia al sostener que tanto las obras (ayuno, penitencias, etc.) como los sacramentos eran inútiles y que debía suprimirse la clase de los clérigos y monjes, cuyos votos eran innecesarios. Así, el Papa tomó la decisión de excomulgarlo (1520) y Lutero, en rebeldía, le respondió quemando la bula (documento papal) en la que se le informaba de esta determinación. La ruptura con el Papa fue, entonces, definitiva.
Carlos V y Worms
En el momento en que Lutero fue excomulgado ocupaba el trono del Sacro Imperio Romano Carlos V, rey profundamente católico, que hubiera deseado castigarlo; pero como muchos príncipes alemanes simpatizaban con sus ideas, entendió que debía escucharlo antes de condenarlo.
El emperador convocó a la Dieta, que se reunió en la ciudad de Worms (1521) y ante la cual concurrió Lutero, quien manifestó que no estaba dispuesto a retractarse de sus opiniones, a no ser que se le demostrara con la Biblia que estaban equivocadas. Frente a esta postura, la Dieta decidió condenarlo. Pero Lutero, que había concurrido a Worms con un salvoconducto, recibió la protección del elector Federico de Sajonia, uno de sus más entusiastas partidarios, quien lo ocultó en su castillo de Wartburgo.
Lutero vivió dos años en Wartburgo, desde donde dio gran impulso al movimiento reformista. Escribió numerosos panfletos y tradujo la Biblia al alemán, pero la iniciativa que tuvo mayor repercusión fue su llamado a confiscar a la Iglesia sus tierras y riquezas, y secularizarlas (aplicarlas a uso laico). Esto provocó una violenta guerra social que Carlos V trató de detener convocando la Dieta de Spira (1529), donde se resolvió tolerar el luteranismo donde ya existiese, pero no permitir su propagación a nuevas regiones. Esta resolución no fue aceptada por los luteranos, quienes protestaron en contra de ella, que es de donde derivó el nombre de protestantes con que, desde entonces, se acostumbró llamar a los partidarios de la Reforma.
La Confesión de Augsburgo
Lo único que Carlos V deseaba era que volviera la paz religiosa a Alemania, y para ello pidió a Lutero que sistematizara por escrito su doctrina y que la expusiera en 1530 en la Confesión de Augsburgo. Sin embargo, la Dieta fracasó en su intento conciliador y, finalmente, el emperador dio a los protestantes un plazo de seis meses para retractarse, vencido el cual se les perseguiría sin descanso.
Los luteranos resolvieron oponer resistencia a la fuerza imperial y formaron la llamada Liga de Esmalcalda (1531), una verdadera coalición militar, que de inmediato entró en alianza con los reyes de Francia y de Dinamarca, adversarios de Carlos V. Este resolvió reducir por la fuerza a los luteranos, dando comienzo a una serie de guerras que terminaron con la paz de Augsburgo (1555). Este acuerdo estipuló que cada príncipe podía elegir entre catolicismo y luteranismo, y que los súbditos debían seguir la religión de su príncipe; también, reconoció la validez de las secularizaciones ya efectuadas, pero se prohibieron para el futuro.
Martín Lutero y su doctrina
La doctrina de Lutero se basaba en el principio de la salvación por la fe, y partiendo de esta premisa estructuró sus ideas en cuatro puntos principales: -Libre examen y rechazo de todo intermediario entre el hombre y Dios. -Reconocimiento de sólo dos sacramentos: el bautismo y la comunión. -Supresión del culto a la Virgen y a los santos, así como la creencia en el purgatorio. -Supresión de la parte sacrifical de la misa, del celibato eclesiástico, del lujo en los templos. En cambio, se fomenta la lectura y explicación de la Biblia, la oración en común y el uso del canto coral.
¿Sabías que?
La expresión “darse vuelta la chaqueta” (sinónimo de cambiar de opinión) se originó durante la Reforma, cuando católicos y calvinistas llevaban túnicas de diferente color, que solían volver al revés para salir de algún apuro con sus rivales.