A principios del siglo XVI, la Iglesia se encontraba en un profundo estado de decadencia y de crisis. La riqueza material de esta época hizo que se produjera corrupción y relajación de las costumbres entre parte del clero, lo que afectaba hasta las más altas jerarquías, incluido el papado. Todos buscaban aumentar al máximo sus ingresos, ya sea para velar por el futuro de sus familias, satisfacer su gusto por el lujo o proteger a sus artistas favoritos.
Se sabía que el Papa Alejandro V de Borgia llevaba una vida escandalosa, y que el Papa León X sólo se había ocupado de las bellas artes. El resto del clero no lo hacía mal; se dice que los obispos, en Alemania, poseían la tercera parte de las tierras y vivían como grandes señores.
Tales excesos despertaron poderosas críticas e insistentes exigencias en favor de una reforma que los suprimiese de raíz.