A fines del siglo XV, la península Ibérica se encontraba dividida en los reinos de Aragón, Castilla, Navarra, Granada y Portugal. Hacia el año 1469, el matrimonio entre Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla inició la unificación de la monarquía hispana, donde ambos reinos mantuvieron su independencia y anexaron nuevos territorios. Con posterioridad, los Reyes Católicos instauraron una monarquía autoritaria y un Estado moderno, que significó lograr el sometimiento de la nobleza al poder real. Al mismo tiempo, pretendieron unificar el territorio y la religión mediante la expulsión de los judíos y la conversión obligada de los musulmanes.
Enrique VII consolidó la posición hegemónica de la monarquía inglesa luego de que la nobleza feudal fuera aniquilada en la guerra de las Dos Rosas. Desde entonces, el monarca gobernó mediante un consejo privado.
Todo esto constituyó una aproximación al poderío real, pero los mejores ejemplos de monarquías absolutas se encuentran en España en los reinados de Carlos I (también llamado Carlos V de Alemania) y de su hijo Felipe II. Carlos I había heredado un amplio territorio que incluía a España, América, Filipinas, Austria, Suecia y Nápoles, y en 1519 fue elegido emperador de Alemania. Este rey trató de unir en forma efectiva todos sus dominios, pero debió enfrentar las rivalidades con Francia y la instauración del protestantismo como religión.
Su hijo Felipe II reinó en España, Italia, América y los Países Bajos, y en el año 1580 anexó también Portugal. Su principal objetivo estuvo centrado en el fortalecimiento de la unidad territorial, de lo que se ocupó personalmente creando un macizo aparato estatal. Asimismo, se empeñó en detener el avance del protestantismo, librando para ello una fuerte contienda con Isabel I de Inglaterra.
Por su parte, en Inglaterra, a la muerte de Isabel I, el trono fue ocupado por Jacobo I. Este monarca, al igual que Luis XIV, estaba convencido de que su poder le había sido impuesto por mandato divino, por lo que incluso llegó a plantear que el Parlamento debía someterse a su voluntad, idea que por supuesto fue rechazada. Este problema se vio entorpecido aún más por otros de carácter religioso, debido a que, por una parte, los católicos querían restablecer la autoridad del Papa en Inglaterra, y por otra, los puritanos consideraban fundamental purificar a la Iglesia Anglicana, y los presbiterianos seguir el modelo de la iglesia de Calvino.
Bajo el reinado de Jacobo, los problemas entre el Parlamento y la Corona hicieron crisis. Su absolutismo y su resistencia a reconocer los derechos del Parlamento prepararon la guerra civil, que ardió en el reinado de su hijo Carlos I (1625-1649) y costó a este la corona y la vida.
Muerto Carlos I, se estableció la República parlamentaria (1649-1653), cuyo poder supremo se confió luego a Oliverio Cromwell con el título de Lord Protector (1659-1660), ejerciendo este un gobierno dictatorial y puritano. A su muerte le sucedió Carlos II, quien entró triunfalmente en Londres, pues unos meses antes había emitido la declaración de Breda, que restauraba el constitucionalismo y ofrecía amnistía a todos los que se opusieron a él y a su padre, Carlos I. Al asumir debió aceptar la exclusión de los católicos del Parlamento, lo que le acarreó un serio conflicto con su hermano Jacobo II, quien se había convertido a esa religión y empezó a reinar en 1685. Como esto podía significar la perpetuación del catolicismo, el Parlamento ofreció la corona a Guillermo de Orange (o Guillermo III), que luego de la huida de Jacobo finalmente asumió el trono en 1688. Fue así como Inglaterra, en pleno siglo de las monarquías absolutas, dio el primer ejemplo de monarquía parlamentaria.
¿Sabías que?
-El ministro Colbert fomentó la producción industrial y el comercio de exportación, política económica que se denominó como colbertismo.
-Inglaterra fue el primer país que, aun estando en plena época de las monarquías absolutas, dio el ejemplo de monarquía parlamentaria.