¿Te has preguntado alguna vez de dónde viene la música o cómo el hombre ha sido capaz de crear melodías que hasta el día de hoy nos emocionan? Con seguridad la explicación se encuentra en la propia palabra, que deriva del término griego mousikós (relativo a las musas, diosas griegas patronas de las artes) y que alude a la expresión de los sentimientos a través de la voz humana, de la emisión de sonidos o de la combinación de ambos.
Sus orígenes
La conexión entre sentimientos y sonidos pareciera ser la responsable de que en todas las culturas (independiente de su grado de evolución) se hayan encontrado evidencias de la ejecución musical. En vestigios arqueológicos dejados por las grandes civilizaciones se han hallado testimonios escritos, restos pictóricos y escultóricos de instrumentos y danzas acompañadas de música.
Culturas como la sumeria dan cuenta de himnos y cantos en sus ritos litúrgicos.
Egipto alcanzó también un alto grado de expresividad musical, incorporando en sus ceremonias arpas y diversas clases de flautas. En Asia, la civilización china e india constituyeron los principales focos de propagación musical.
El desarrollo de la música occidental (que es a la que nos referiremos en este artículo) posee una tradición que se relaciona fuertemente con la evolución de las primeras comunidades cristianas. Fue así como, durante el primer milenio de la era cristiana, surgió la música litúrgica inspirada en la teoría musical de la Grecia clásica.
En los siglos II y III se compusieron diferentes tipos de himnos, cantos litúrgicos que fueron sistematizados en el siglo IV gracias a la acción de Ambrosio, arzobispo de Milán. Con posterioridad, la reforma y recopilación de cantos llanos efectuada bajo el papado de Gregorio I en el siglo VI, significó la adopción de los llamados cantos gregorianos. En el siglo VIII este género dominó, junto con el trovadoresco (música popular no ligada a lo religioso), el panorama musical de la edad media europea.
Más tarde se desarrolló en Europa la polifonía (es decir, la ejecución simultánea de varias melodías o partes igualmente importantes) y la música profana. Dentro de ambas surgió un modo de interpretación polifónico a dos voces, que entonaban melodías distintas y superpuestas, llamado organum, originario probablemente del cercano oriente.
París, con la escuela de Notre-Dame, representó el término de esta manera de hacer polifonía conocida a través de la historia como ars antiqua (arte antiguo). Pero, además, Francia se convirtió en el centro musical del siglo XIV, instaurándose una nueva forma de hacer polifonía, corriente denominada ars nova (arte nuevo), que se caracterizó por el motete o composición musical breve formada sobre versículos de la Biblia, que se cantaba en las iglesias. En forma paralela al ars nova apareció un tipo de literatura musical de raíces profanas (que no pertenecían a la iglesia), que cultivó los géneros clásicos de la canción galante, llamados: rondeau, ballade y virelai; y que en Italia adoptó las formas autóctonas de madrigale, ballata y caccia.
Esta música profana, heredera de los juglares, trovadores y otros cantores de gran tradición en los países germánicos y mediterráneos, también adoptó las formas polifónicas de la música eclesiástica, pero con mayor sencillez.
El inglés John Dunstable y, en el siglo XV, la escuela flamenca representada por Guillaume Dufay y Josquin Després, marcaron la transición hacia las primeras concepciones musicales renacentistas.