El Congreso contaba con la adhesión de la mayor parte de la escuadra, que quedó bajo el mando del capitán de navío Jorge Montt Álvarez. Pero para que el movimiento de la armada no fuera tomado como un simple pronunciamiento, los marinos exigieron que se embarcaran los presidentes de ambas Cámaras, lo que inmediatamente hicieron Ramón Barros Luco, presidente de la Cámara de Diputados, y Waldo Silva, vicepresidente del Senado.
Sin embargo, el acta de deposición del presidente no fue dada a conocer públicamente, ni siquiera a Balmaceda, hasta meses más tarde, para no agravar los hechos y conseguir el apoyo del ejército, ante lo cual el presidente se habría visto obligado a deponer su actitud, evitando de ese modo la guerra civil.
Pero como el ejército se mantuvo leal a Balmaceda, el 7 de enero de 1891 la escuadra partió rumbo al norte, zona donde se ubicaban las salitreras, las cuales serían como su caja de fondos.
Además, esperaban que la opinión de los habitantes de esa región les fuera más favorable, debido a que el gobierno había reprimido fuertemente algunas huelgas activadas por la carestía derivada del bloqueo.
Enterado el mandatario del alzamiento, dictó un decreto por el cual asumía todo el poder público.
Entre las actividades que desarrolló se preocupó de elevar en un 50 por ciento los sueldos del ejército, crear nuevos cuerpos militares y policiales, destituir a los marinos amotinados, suspender las comunicaciones telegráficas y telefónicas entre particulares e interceptar la correspondencia de los sospechosos.
También decretó la prisión de los principales caudillos de la revolución, aunque consiguió aprehender a muy pocos.
La ofensiva de los revolucionarios
La Batalla de Concón (21 de agosto)
Finalmente, los partidarios del Congreso desembarcaron en Quintero y desde allí marcharon durante la noche hasta llegar a la ribera norte del río Aconcagua el 21 de agosto.
Entretanto, las fuerzas balmacedistas, compuestas por 7.000 hombres de las divisiones de Valparaíso y Santiago, ocupaban los lomajes dominantes de Concón.
Las mandaba José Miguel Alcérreca, quien, siguiendo las instrucciones de Balmaceda, no estaba dispuesto a presentar combate mientras no llegaran nuevas fuerzas desde Valparaíso, de la capital y de Concepción.
Sin embargo, los revolucionarios, sin conocimiento exacto de sus adversarios, resolvieron atravesar el río y lanzarse al ataque inmediatamente. Momentos antes había asumido el mando de las fuerzas balmacedistas el general Orozimbo Barbosa, quien tuvo que aceptar la batalla, porque una retirada se hubiera convertido en un desastre.
El ataque congresista tomaba de sorpresa a los gobiernistas, que no habían formado su línea de combate; por ello tuvieron que resistir en las posiciones en que se hallaban.
Después de varias horas de reñida lucha, las fuerzas constitucionalistas comenzaron a envolver a las balmacedistas, provocando la fuga y el desbande de los vencidos, quienes huyeron a los cerros de Quilpué, abandonando hasta la artillería.
En el campo de batalla quedaron 2.600 hombres entre muertos y heridos, alrededor de 1.700 de ellos balmacedistas. Los 2.000 prisioneros no tardaron en incorporarse a las tropas de Del Canto, para batirse más tarde en Placilla, contra sus antiguos compañeros de armas.
A los constitucionales les había favorecido su superioridad numérica (casi 3.000 combatientes más), contar con fusiles de repetición y la formación dispersa de sus embestidas.
Pero el factor moral fue fundamental, ese ardor fanático acompañado de la decisión de triunfar o morir en el intento, espíritu que no existía en la mayor parte de las tropas balmacedistas.
Batalla de Placilla (28 de agosto)
La derrota produjo la más profunda depresión en el ejército gobiernista, a la que se le denominó en esa época «conconismo». Sobre Santiago se cernía la amenaza de los saqueos y de los desórdenes populares.
Las tropas congresistas estaban conformadas ahora por 11.000 hombres, sumados los prisioneros que se habían incorporado a sus filas, más algunas fuerzas de caballería.
Los generales Barbosa y Alcérreca, que habían discutido fuertemente acerca de las intenciones del enemigo, abandonaron las alturas de Viña del Mar y se trasladaron a la meseta de Placilla, con un total aproximado de 9.200 soldados.
La batalla de Placilla fue tan breve como decisiva. Dos cortas horas de combate bastaron a los generales Barbosa y Alcérreca para comprender que sus fuerzas se hallaban vencidas.
Algunos batallones, después de luchar fieramente, terminaban por unirse amistosamente a sus ex enemigos. Otros se fugaron.
Los generales balmacedistas fueron perseguidos y ultimados en unas modestas viviendas de los alrededores.
En el estrecho campo de batalla quedaron, entre muertos y heridos, más de 5.000 hombres, cuyos dos tercios pertenecían al ejército balmacedista.
Desarrollo de la campaña militar en el norte
Combate de Huara (17 de febrero de 1891)
Después de cuatro horas de batalla, las tropas balmacedistas, conformadas por 900 soldados al mando del coronel Eulogio Robles Pinochet, derrotaron a las congresistas en Huara, localidad ubicada entre Pisagua e Iquique.
Aunque estas últimas contaban con 1.200 efectivos y eran dirigidas por el coronel Estanislao del Canto, estaban mal armadas y faltas de disciplina militar.
Iquique cae en poder de los congresistas (21 de febrero de 1891)
Luego de que las tropas balmacedistas intentaran infructuosamente vencer la resistencia de un pequeño contingente de fuerzas congresistas, Iquique pasa a ser controlado por estas.
Combate de Pozo Almonte (7 de marzo de 1891)
Debido a la falta de municiones, y luego de luchar durante cuatro horas, Eulogio Robles ordenó la retirada del ejército gobiernista.
Desgraciadamente, el triunfo de las fuerzas constitucionalistas, como se hacían llamar las que representaban la causa del Congreso, fue manchado por las atrocidades que se cometieron en el caserío de Pozo Almonte, donde los vencedores pasaron por las armas a quienes se habían refugiado allí, en venganza por rumores que daban cuenta de que los prisioneros de Huara, jefes y soldados, habían sido asesinados después de ese combate.
Incluso, Eulogio Robles, ya herido y desangrándose, fue muerto sin piedad por la soldadesca.
Organización de la Junta de Gobierno de Iquique
La victoria de Pozo Almonte señaló el principio de la desmoralización del ejército gobiernista, el comienzo del robustecimiento del Congreso, con la incorporación de jefes y oficiales experimentados más nuevo material de guerra, y la consolidación de sus fuerzas en el norte del país.
Dueños de las dos provincias salitreras, que comenzaron a producir abundantes rentas provenientes de los derechos de exportación del salitre, los jefes de la revolución decidieron organizar en Iquique un gobierno que dirigiera los servicios administrativos y atendiera en el extranjero los intereses de su causa.
Así se constituyó una Junta de Gobierno integrada por el comandante Jorge Montt, quien la presidía, y los presidentes de las cámaras, Waldo Silva y Ramón Barros Luco, con Enrique Valdés como secretario, el 12 de abril de 1891.
Junto con el decreto de organización de la junta, se dio a conocer públicamente, por primera vez, el acta de deposición de Balmaceda, documento ignorado por la mayoría de los congresales.
La dictadura
A través de su ministro Domingo Godoy, Balmaceda instauró una férrea dictadura: la Universidad y algunos liceos fueron clausurados, así como los clubes y los centros políticos.
Las cárceles fueron abarrotadas con opositores al régimen; los diarios antigobiernistas cerraron sus puertas; la Corte Suprema y las Cortes de Apelaciones fueron suspendidas y reemplazadas por tribunales militares; en las haciendas de los opositores se efectuaron incautaciones arbitrarias; mientras en campos y ciudades se hicieron enrolamientos forzosos destinados a aumentar el ejército del gobierno.
Asimismo, la situación empeoró en el aspecto económico. La Bolsa y el comercio pasaron por un período de abatimiento y de incertidumbre.
Disolución del Congreso
Pero una dictadura personal tampoco era algo que deseara Balmaceda, quien no quería aparecer como un vulgar usurpador. Para legalizar su poder, disolvió el Congreso y convocó a elecciones parlamentarias.
Como es de suponer, los comicios solo fueron un simulacro electoral que llevó al Parlamento a las personas designadas desde La Moneda, sin experiencia política ni prestigio social.
A su lado estaba un reducido grupo de aristócratas pasivos y numerosos funcionarios y militares, para quienes se habían abolido de hecho las incompatibilidades parlamentarias.