Al principio, los griegos vivían en tribus que, dada la accidentada geografía de Grecia, se constituyeron como comunidades independientes.
Prácticamente el único elemento unificador era su religión, una compleja mitología que incluía dioses y semidioses con cuerpo humano, pero con increíbles poderes y habilidades. Estas divinidades formaban una gran familia, encabezada por Zeus (dios protector del orden y la justicia). En el palacio, ubicado en el monte Olimpo, desde donde Zeus dirigía el mundo, los dioses se reunían a beber un maravilloso néctar, llamado ambrosía. Este elíxir los hacía inmortales y los mantenía eternamente jóvenes.
Para honrar a sus dioses, los griegos construyeron bellísimos templos y realizaban grandes festejos.
Los juegos deportivos tenían un rol preponderante en las fiestas que los griegos realizaban en honor a Zeus en Olimpia, para Poseidón (dios del mar) en Corinto y para Apolo (dios de la luz, la poesía, la música y la sabiduría) en Delfos.
En el año 776 a.C., se inició la celebración griega más antigua y famosa, las “fiestas olímpicas”. Se hacían cada cuatro años en la ciudad de Olimpia, en el noroeste del Peloponeso, y solo participaban hombres.
Estos juegos duraban cinco días. Durante el primero y el quinto se hacían procesiones, sacrificios en honor a Zeus y un banquete común. Las competencias se efectuaban en el estadio que medía 192,3 m de largo. La prueba más llamativa era el pentatlón, que comprendía cinco pruebas (salto largo, carrera, lanzamiento del disco y del dardo y lucha), y las de mayor prestigio eran las carreras de carros y caballos. Los vencedores eran premiados con una corona de ramas de olivo.
Mientras se realizaban los juegos olímpicos, debían cesar las acciones bélicas en toda Grecia. Una paz especial garantizaba la seguridad de todos los participantes. Llegaban delegados de toda Grecia e incluso de sus colonias lejanas en Asia Menor y Sicilia.