En 1519, cuando los conquistadores españoles llegaron a sus tierras, la civilización azteca dominaba ampliamente sobre la mayor parte de México. Su lengua y religión se imponían desde el océano Atlántico hasta el Pacífico, y de las estepas del norte hasta Guatemala.
A mediados del siglo XIII d.C., hizo su aparición en el valle de México un grupo de nómades venidos del norte: los aztecas o mexicas, sin otra posesión más que una voluntad indomable que, en menos de tres siglos, los iba a convertir en amos supremos de México antiguo.
Civilización azteca
A pesar de haber sido precedidos por otros pueblos, la llegada de los aztecas, “el pueblo cuyo rostro nadie conocía” (en el sentido de que nadie sabía exactamente quiénes eran o de dónde venían), iba a modificar por completo la fisonomía política, no ya sólo de la región lacustre, sino de toda la zona central y meridional de México.
En 1519, cuando los conquistadores españoles llegaron a sus tierras, la civilización azteca dominaban ampliamente sobre la mayor parte de México.
Su lengua y religión se imponían desde el océano Atlántico hasta el Pacífico, y de las estepas del norte hasta Guatemala. El nombre de su rey, Moctezuma, era adorado o temido de un extremo a otro del reino.
Sus comerciantes recorrían el país con sus caravanas, en todas las direcciones. Sus funcionarios recibían el impuesto en todos los lugares.
Ubicación de los aztecas
¿Cuál era la ubicación de los aztecas? En las fronteras, sus milicias mantenían controladas a las poblaciones rebeldes. Y en Tenochtitlán (México), su capital, la arquitectura y escultura habían alcanzado niveles extraordinarios, desarrollando el lujo en el vestir, la orfebrería, hasta en la mesa a la hora de alimentarse.
Sin embargo, sus comienzos habían sido oscuros y difíciles. Llegados tardíamente, durante el siglo XIII, a México central, las demás tribus de esa zona los consideraron como unos intrusos, semibárbaros, pobres y sin tierras.
Al arribo de los aztecas, unos 28 estados se repartían la altiplanicie central de México. Pese al gran desarrollo cultural de la región, el equilibrio político era precario, siendo continuamente alterado por la violencia o la intriga.
Enfrentados a este universo, refinado y brutal a la vez, los aztecas padecieron numerosas adversidades. Finalmente, se refugiaron en los islotes de una zona pantanosa al oeste de la gran laguna de Texcoco, en lo que es hoy ciudad de México, al centro sur del país.
Según la tradición, en 1325 su dios Huitzilopochtli habló al gran sacerdote Quauhcoatl (serpiente-águila). Le dijo que su templo y su ciudad deberían ser construidos «en medio de los juncos, entre los cañaverales», sobre una isla rocosa donde vieran «un águila que devoraba a una serpiente».
Luego de buscar, Quauhcoatl y sus sacerdotes encontraron un águila que sostenía en su pico a una serpiente. Sobre el montículo donde se había posado el ave edificaron una sencilla choza de cañas, primer santuario de Huitzilopochtli y núcleo de la futura ciudad de Tenochtitlán.
La triple alianza
Tras sucesivas aflicciones, en que fueron dominados por otros pueblos, surge la figura de Itzcoatl, el cuarto rey azteca. Este se alió con el heredero legítimo de Texcoco (otra tribu importante de la región), el príncipe Netzahualcoyotl.
Luego, estos dos soberanos se unieron con la ciudad de Tlacopán. De ese modo se creó la triple alianza de Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán.
Pronto, el papel militar pasó a los aztecas, mientras que Texcoco, bajo el prudente gobierno del rey-poeta Netzahualcoyotl, se transformó en una metrópoli de las artes, la literatura y del derecho. La triple alianza se convirtió, de hecho, en el imperio azteca.