Los acontecimientos que se recuerdan en Viernes Santo son el clímax de todos los evangelios, se concentra en él el momento más importante de la vida de Cristo. Es por ello que el significado «espiritual» de esos hechos es fundamental en la fe cristiana. Jesús efectivamente termina dando la vida por sus amigos.
La Pasión de Cristo se recuerda por medio de lo que se conoce como el Vía Crucis. Este fue creado en el siglo XII por Francisco de Asís. Tradicionalmente tiene catorce «estaciones» que recuerdan pequeños momentos del camino de la cruz (que en latín se dice «Vía Crucis»). Antiguamente algunos de estos momentos eran sólo tradicionales (o sea, no tenían paralelo en ninguno de los evangelios).
En la actualidad, sin embargo, se prefiere hacer un Vía Crucis organizado, dónde sólo se ocupan momentos evangélicos. También se realiza el Sermón de las Siete Palabras (las siete frases que en los cuatro evangelios Jesús dice desde la Cruz). Y está la adoración de la cruz. Esta última se realiza casi al final de la liturgia (en Viernes Santo no se realizan misas en recuerdo de que Jesús ha muerto) y es uno de los gestos más queridos por el pueblo creyente.
La Crucifixión
Al llegar al Gólgota, los soldados hicieron que Jesús y Simón dejaran la cruz en el suelo; luego le dijeron a Simón que se fuera. Jesús estaba muy débil, la sangre manaba de las heridas de su espalda y de su frente lacerada por la corona de espinas. Uno de los soldados le ofreció una copa de vino con mirra, para aliviar el dolor de Jesús, pero Él la rechazó. Entonces, lo acostaron sobre la cruz y clavaron sus muñecas y manos en ella. Colocaron sobre su cabeza una inscripción en hebreo, latín y griego, que decía «Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos«. Tras esto, pusieron la cruz en su lugar. Los soldados se repartieron a suerte la ropa de Jesús y se sentaron a montar guardia.
Mientras tanto, la gente tenía distintas actitudes. Muchos miraban, llenos de tristeza e impotencia. Pero otros se mofaban de Jesús y le gritaban: «Si realmente eres el Hijo de Dios, ¿por qué no te salvas a ti mismo?». Pero Jesús exclamó: «¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!».
Junto a Él habían crucificado a dos ladrones, uno a cada lado de Jesús. Uno de ellos también lo escarnecía: «¡Si eres el Mesías, el Hijo de Dios, sálvate y sálvanos a nosotros!».
Pero el otro le dijo: «¿Ni siquiera temes a Dios en la hora de tu muerte? Nosotros somos castigados por nuestros crímenes, pero Él nada malo ha hecho».
Y, volviéndose hacia Jesús, le dijo: «Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Y Jesús le dijo: «En verdad te digo que hoy entrarás conmigo en el Paraíso».