Los procesos internos de la Tierra se han encargado de crear las grandes formas del relieve terrestre, como los continentes, los sistemas montañosos o las depresiones oceánicas. Los procesos externos, relacionados con el clima y la fuerza de gravedad, nivelan este relieve y van dando paso a lo que podemos conocer como formas superficiales del relieve. Las más conocidas son las montañas, las mesetas, las colinas y las llanuras.
Las montañas son las formas del relieve de mayor elevación, con un tamaño establecido superior a los 1.000 metros sobre el nivel del mar. Sus laderas pueden ser abruptas o moderadas. El paisaje montañoso se caracteriza por los cambios significativos en el nivel del relieve.
En las mesetas el relieve se presenta llano y elevado. Es posible encontrar en este tipo de relieve valles estrechos y profundos que originan grandes desniveles. Las mesetas también se denominan altiplanicies o altiplanos.
Las colinas son parecidas a las montañas, pero las diferencias de nivel son menos marcadas. El relieve quebrado predomina sobre el llano, pero las formas son más pequeñas o redondeadas.
Las llanuras poseen un relieve casi horizontal, con irregularidades muy ligeras. La mayoría de estas formas de relieve se encuentran a poca altura sobre el nivel del mar. Hay llanuras creadas por los depósitos de los ríos, denominadas llanuras aluviales; otras son fondos de lo que fueron mares y lagos, y las terceras son las penillanuras, provocadas por agentes erosivos.