Desde el primer mes hasta el segundo año de vida, los lactantes sufren vertiginosas transformaciones. Su interacción con el medioambiente y con la gente que los acompaña es cada vez mayor, logran comunicarse a través de gestos, balbuceos e incipientes palabras, además incluso, al final del primer año, ya logran ponerse de pie.
Desarrollan una serie de habilidades físicas a medida que avanzan los meses, como sentarse y gatear. El niño también adquiere coordinación y fuerza, así como también deseos enormes por conocer todo lo que los rodea. Todas las acciones que se fundamentan en un importante crecimiento a nivel neuronal y muscular.
Por lo general, el crecimiento en cuanto a talla y peso durante este periodo es muy acelerado. Los niños triplican el peso alcanzado durante su nacimiento, doblan su estatura y alcanzan, aproximadamente, un 70% de madurez cerebral. Si bien durante el segundo año este ritmo acelerado decrece, continúa un importante desarrollo corporal. Aún se ven desproporcionados, ya que sus extremidades son cortas y su tronco y cabeza, de gran tamaño.
Reflejos vitales
Un reflejo es una respuesta involuntaria e inmediata a un estímulo. Todos los bebés los poseen, facilitando su interacción y supervivencia durante los primeros meses de vida.
Existen algunos «reflejos primitivos», totalmente instintivos (no aprendidos), como el de succión. Este permite al lactante mamar y tragar desde su nacimiento. Otro reflejo importante es el de búsqueda, en el que el bebé mueve automáticamente la cabeza cuando le tocan la mejilla, lo que le ayuda a encontrar el pezón para alimentarse.
La capacidad de agarrar y apretar fuertemente cualquier objeto que se les acerque a la palma de la mano o en la planta de los pies y esto se relaciona con el reflejo de prensión, el cual desaparece cerca de los tres meses de vida.
Otro reflejo importante es el de sobresalto, que es la respuesta del recién nacido a ruidos fuertes o cambios repentinos de posición.
Este se caracteriza por la tensión de los músculos de casi todo el cuerpo, extensión de los brazos, las piernas y los dedos (excepto el pulgar y el índice).
La mayoría de estos reflejos se presentan solo durante los primeros meses de vida. Sin embargo, existen algunos, como el que nos permite reaccionar ante el dolor, que permanecen durante toda la vida.
Crecimiento y habilidades motoras
Uno de los cambios más notorios que acompañan el crecimiento de los lactantes es el desarrollo de movimientos cada vez más finos y habilidades motoras que le permiten mayor autonomía e interacción con su entorno.
A las seis semanas, el bebé ya consigue un pequeño control sobre su cabeza, ya que los músculos que la sostienen se fortalecen paulatinamente. De hecho, cerca de los dos meses de vida, el niño es capaz de mantener la cabeza alineada con su cuerpo si se les levanta desde una posición tumbada (acostado).
El control que adquieren de su cuerpo también ayuda a que, de manera gradual, el bebé abandone la posición fetal adquirida durante los nueve meses que estuvo en el vientre materno. Por ello, cerca de la décima semana de vida son capaces de girar desde una posición lateral hasta apoyarse en su espalda y ya al tercer mes es capaz de alzar su cabeza, ampliando su campo visual.
Gradualmente, el bebé adquiere un mayor manejo de su cuerpo. A los seis meses, sus movimientos ya son conscientes. Se sienta sin ayuda, gira al oír una voz familiar, toma objetos pequeños y juega con sus propios pies. Cerca del año, muchos bebés son capaces de alcanzar una posición totalmente erguida, con la ayuda de la mano de otra persona o apoyándose en las esquinas de los muebles y paredes próximos. Son los primeros pasos, fundamentados por el desarrollo muscular y nervioso, además de la transformación de los huesos, que pasan de ser tejidos fibro-cartilaginosos a otro completamente óseo.
Desarrollo neuronal
La red neuronal que nos permite desarrollar todas las actividades que realizamos, ya sea consciente o inconscientemente, se forma con el paso de los años. Si bien ya desde la etapa fetal contamos con miles de millones de neuronas alojadas en el cerebro, estas deberán «tejer» una verdadera malla comunicante para realizar su trabajo de reacción y control. Mientras más complejas las conexiones, mayor será la expansión cerebral.
Durante el primer año de vida es posible verificar un notable desarrollo de las actividades que realizan los bebés, claro indicio de la maduración de su cerebro y del resto del sistema nervioso.
Progresivamente, algunos nervios se revisten por completo de mielina, sustancia aislante que beneficia la conducción de los impulsos nerviosos y que permite, por ejemplo, que los bebés realicen movimientos físicos voluntarios, como caminar.
Desarrollo y fortalecimiento óseo
Nuestros huesos se desarrollan desde antes del nacimiento. Ya en el vientre materno se activan diversos mecanismos que permiten el crecimiento óseo, en un proceso conocido como osificación. Cuando nacemos, los huesos se encuentran osificados solo en algunas porciones, a partir de algunas zonas específicas que realizan esta labor, los llamados centros secundarios de osificación. Estos se sitúan en los extremos, constituidos por tejido cartilaginoso.
A medida que crecemos, aumenta la zona de osificación, hasta completar la de un adulto. El proceso de osificación implica varias transformaciones, tanto vasculares como celulares. Es necesario el crecimiento de importantes redes de vasos sanguíneos para nutrir al tejido conectivo, así como también es de suma importancia el trabajo a nivel celular de los osteoclastos y los osteoblastos.
Los osteoclastos son células multinucleadas grandes, que se forman en la médula ósea y reabsorben el tejido óseo, mientras que los osteoblastos corresponden a células presentes en los huesos, encargadas de depositar proteínas y sales minerales que constituyen poco a poco el hueso nuevo. Ambos tipos celulares cumplen una función antagónica, cuyo equilibrio favorece el crecimiento óseo.
Existe también un tipo específico de osteoblastos, los activos, capaces de fabricar y renovar las células del hueso desde su superficie. Se encuentran justo debajo de la piel «exterior» del hueso (o periostio); a medida que este crece, quedan incrustadas en él. Así, dejan de fabricar hueso y se transforman en células óseas maduras u osteocitos.
Envejecimiento prematuro
El síndrome de Hutchinson-Gilford, también llamado progeria, es una grave enfermedad degenerativa que afecta a los niños desde el primer o segundo año de vida. Se trata de una alteración de causas desconocidas (posiblemente genética), que produce un envejecimiento prematuro de órganos y tejidos. Los niños que la padecen se desarrollan de forma acelerada: un año de vida representa para ellos cinco o diez años; por ello, muchos sobreviven solo hasta la adolescencia. Su aspecto es similar al de un anciano y sufren trastornos propios de un adulto mayor, como enfermedades cardíacas, estrechamiento de las arterias, calvicie, problemas en los huesos y articulaciones, entre otros trastornos.
Datos Icarito
¿Cuántas pulsaciones alcanza el corazón de un lactante a partir de los seis meses?
Aproximadamente, 115 pulsaciones por minuto.
¿A cuánto asciende el volumen normal de orina de un niño de dos años?
A unos 500 ó 600 cm3 diarios.