En el Norte Grande, en las laderas desnudas de vegetación de los principales valles se puede apreciar un tipo de arte rupestre llamados geoglifos.
Los podemos encontrar en Lluta, Azapa, Camarones, y en las quebradas de Tiliviche, Tarapacá, Guatacondo y Mani, situadas estas cuatro últimas de la Pampa del Tamarugal.
En los valle de Lluta y Azapa se conservan hermosos ejemplos de esta tradición rupestre, con características tecnológicas y estilísticas propias. Las figuras están hechas con la técnica de extracción, adición o ambas, sin embargo, en estos valles la mayoría corresponde a la acumulación o adición de piedras de tonalidades oscuras de origen volcánico, a manera de mosaicos, que contrastan con el suelo más claro, característico de los cerros del desierto.
En Azapa se localiza una importante agrupación, sobresaliendo los paneles denominados La Tropilla y Cerro Sagrado, hechos por adición, y Cerro Sombrero, elaborado por extracción.
La Tropilla presenta un hermoso conjunto de camélidos que se dirigen en dirección a la costa, encabezados por dos personajes con atributos sobrenaturales. Cerro Sagrado, por su parte, presenta dos personajes con características también especiales, asociados a figuras de animales. En Cerro Sombrero, por último, están representados dos gigantescos camélidos.
Los principales sitios con geoglifos de esta parte del Norte Grande corresponden a puntos de entrecruzamiento de antiguos caminos indígenas, por los cuales se habría realizado el tráfico de bienes a través de caravanas de llamas.
El arte de los geoglifos puede haber servido para señalizar las rutas, en particular, para indicar puntos intermedios de abastecimiento de agua, en una zona donde tal elemento es muy escaso. Esto es lo que parece ocurrir en el Cerro Sombrero del valle de Azapa, donde las grandes depositaciones de guano de llama podrían indicar que durante siglos el lugar pudo ser un punto de convergencia de las caravanas que trasladaban productos del mar, de los valles tropicales, del altiplano y la selva, realizándose ferias para el intercambio de éstos con la gente del valle, y ceremonias relacionadas con los viajes, pues los geoglifos también eran considerados santuarios. La importancia del lugar quedaría posteriormente demostrada por la presencia en las cercanías de un centro administrativo de los Incas que, entre otras funciones, debió asumir el control de estas actividades.