A veces los primeros mecanismos de acción, es decir, los inespecíficos, pueden no ser suficientes para ganarle la batalla a los agentes patógenos. En este caso se activan las inmunorrespuestas específicas que, aunque pueden tardar algunos días en aparecer, una vez montadas son extremadamente eficaces. Existen dos tipos principales de inmunidad específica: la celular (realizada por células), en la cual el invasor es atacado directamente por linfocitos T; y la humoral (efectuada por anticuerpos), en la que los linfocitos B producen anticuerpos específicos para destruir el patógeno.
En la inmunidad específica son varios los tipos de células importantes, pero las principales son los linfocitos y los fagocitos. Las distintas estirpes de linfocitos constituyen entre el 1 % y el 10 % de las células que produce diariamente el cuerpo; se encuentran principalmente en la superficie de las mucosas y en los órganos linfoides.
Existen poblaciones de linfocitos que cumplen diferentes funciones relacionadas con el órgano linfoide en el que maduraron (o adquirieron competencia inmunológica). Los linfocitos B, productores de anticuerpos, maduran en la médula ósea (o en un órgano equivalente de las aves, denominado bursa de Fabricius, de donde proviene la denominación de linfocito B). Los linfocitos T lo hacen en el timo, donde se diferencian en linfocitos T citotóxicos (Tc), que destruyen las células infectadas, y linfocitos T colaboradores (Th, por “helper”), que ayudan a los B y a los macrófagos a cumplir su función. Estos últimos son las más eficaces de las células fagocíticas. Son los “tanques” de que disponen las fuerzas defensoras del organismo.
Durante el proceso de maduración, el contacto de los linfocitos B y T con células epiteliales de los órganos linfoides respectivos les confiere competencia inmunológica; es decir, hace que adquieran una función inmunológica específica.
La primera inmunización
Durante el embarazo, el desarrollo de las glándulas mamarias permite la lactancia del recién nacido. Este proceso es sumamente importante, no sólo porque la leche materna contiene todo el alimento que el bebé requiere, sino porque, además, con el primer fluido lácteo, llamado calostro, la madre traspasa al niño una considerable carga de anticuerpos que le protegen contra las infecciones.
El calostro es extremadamente alto en secreciones de IgA, una importante inmunoglobulina y agente antiinfeccioso. Está también lleno de leucocitos, que tienen la capacidad de destruir bacterias y virus.