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El páncreas se sitúa detrás del estómago y se extiende transversalmente desde la concavidad del duodeno hasta el bazo.

El tejido endocrino de esta glándula está formada por numerosos grupos pequeños de células llamados islotes de Langerhans. Cada racimo de células está rodeado de capilares sanguíneos, en los cuales se distinguen dos tipos de células secretoras de hormonas: las alfa y las beta, que producen glucagón e insulina, respectivamente. Ambas interactúan para regular el metabolismo liberador de energía de los hidratos de carbono en los tejidos orgánicos.

La insulina es una hormona hipoglicemiante; es decir, hace descender los niveles de glucosa (azúcar) en la sangre, actuando de dos maneras: estimula el consumo de glucosa por las células y contribuye a formar el glucógeno, que es la forma como se almacenan los hidratos de carbono en el organismo, particularmente en el hígado.

El glucagón realiza la función contraria, al sacar glucosa de los depósitos y, con el mismo objetivo, de las grasas corporales, disminuyendo su volumen.

Insula genética

Cuando el organismo no produce suficiente insulina, ocurren descompensaciones que pueden ser fatales. Por eso fue un gran avance cuando se descubrió y aisló la insulina, en 1921. Así se podía administrar directamente para incrementar sus niveles hormonales en la corriente sanguínea. Pero la insulina es una proteína que no se puede tomar en pastillas porque se digeriría y se descompondría junto con las otras proteínas de los alimentos. En vez de ello, debe inyectarse directamente en el cuerpo. La insulina se obtiene de las glándulas pancreáticas de vacas o cerdos, o de bacterias sometidas a ingeniería genética para que fabriquen la insulina humana.


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