Albert Einstein explicó que la velocidad de la luz es el límite de la velocidad que un cuerpo cualquiera puede alcanzar. En el vacío, esta es un invariante; es decir, su valor no cambia si la fuente que la emite se mueve con respecto al observador.
En la teoría especial de la relatividad, cada persona tiene su manera de medir el tiempo y el espacio, lo que varía de uno a otro dependiendo de su velocidad relativa. Por ejemplo, para una persona que va dentro de una nave que se desplaza a gran velocidad respecto a la Tierra, el tiempo pasará muy lento. Con esto, Einstein deja en claro que el tiempo es una propiedad que depende del observador, que cada sistema de referencia tiene su propio tiempo.
Para comprender un poco mejor esta teoría, hay que entender la paradoja de los mellizos. Si uno de los mellizos viaja en una nave y se aleja de la Tierra a gran velocidad, el tiempo pasará mucho más lento que para su hermano que quedó en el planeta. Incluso, si su viaje alcanza una velocidad similar a la de la luz y se prolonga por unos veinte años, al volver a la Tierra será mucho más joven que el mellizo que se quedó.
Tiempo más tarde, Einstein generalizó todo esto en la teoría general de la relatividad (1915), donde asegura que la presencia de una masa deforma el espacio-tiempo a su alrededor, por lo que cualquier cuerpo que se introduzca en ese lugar deberá seguir una línea geodésica; es decir, la trayectoria más corta entre dos cuerpos.