LA TERCERA, 2 de diciembre, 2006.
Opinión de Luis Manuel Flores G.
Profesor Facultad de Educación Universidad Católica e investigador Fondecyt.
Por estos días hemos recibido con estupor la noticia del lamentable suicidio de dos jóvenes estudiantes. Además, se ha sabido de la llegada de un videojuego llamado Bully, en el que la “entretención” estaría centrada en agresiones al interior de una escuela. Los ministerios del Interior y Educación han dado a conocer las cifras de la primera Encuesta Nacional de Violencia Escolar obtenidas mediante cuestionarios de victimización y focus group realizado a estudiantes y profesores. Las cifras no son preocupantes. Pero eso no anula la existencia del fenómeno de la violencia en nuestras escuelas. Por ello debemos estar atentos a cuáles son las características de riesgo de los actores escolares y a las formas de mediación adecuadas de conflicto.
El school bullying es el hostigamiento, el acoso, la persecución y el maltrato -hasta brutal y vejatorio- del que es víctima un estudiante a causa de un par en un período largo de tiempo. No debe ser interpretado por los adultos como un “juego” entre estudiantes o como una manera típica de socialización entre los jóvenes. Consiste en causar perjuicios, daños y malestares a otros. Es lo que las ciencias sociales califican como “comportamiento agresivo”. No sólo las agresiones físicas y verbales pueden ser bullying, sino también las burlas, los rumores, la intimidación, las injurias, la generación de ostracismo o el hecho de encerrar a uno en un cuarto, sala o pieza a solas. Básicamente, la relación entre la víctima y el agresor se basa en un desequilibrio de fuerzas: se elige a la víctima en razón de una deficiencia “visible” (obesidad, algún déficit verbal o de aprendizaje, por ejemplo) o que no es capaz de defenderse por sí sola.
Es, sin duda, el concepto que da origen al estudio de la violencia en el medio escolar. Representa una de sus figuras básicas: el “matonaje” escolar. Es el lado oculto de la violencia escolar y representa un factor importante a nivel mundial que conduce a los jóvenes a desarrollar depresiones crónicas que, si no son tratadas, pueden llegar al suicidio.
¿Agotan las encuestas de victimización el fenómeno de la violencia escolar? Evidentemente, no. Existen otras “figuras” de la violencia escolar que escapan a este perfil victimizatorio. Ellas hacen referencia a una violencia que la escuela como sistema ejerce y representa. Son figuras más cercanas a lo que podríamos llamar “clima” o “ambiente” escolar. Expresiones como “interrogatorio” o “rendir examen” y realidades como la del “inspector general” evocan a las escuelas como constituidas, en muchos casos, en verdaderos “estados de emergencia”, con mecanismos globales de control directo o indirecto, pero resentido no sólo por los escolares, sino por todos aquellos que participan de las comunidades educativas, es decir, por todos los actores involucrados en la creación de un clima emocional de enseñanza y aprendizaje, factor primordial en los resultados académicos.
¿Cómo es la violencia de nuestros escolares? Desde 2000 que un grupo de investigadores estamos interesados cuantitativa y cualitativamente en este fenómeno, socializando cada fin de año con cientos de profesores pistas de comprensión, así como estrategias pedagógicas de acción: la gestión de la calidad educativa pasa por la gestión del clima escolar. Desde una dimensión que podríamos llamar antropológica o vital debemos tener presente que la violencia de los escolares secundarios chilenos hoy posee rasgos inéditos respecto de la experiencia internacional.
Si nombráramos sólo dos diríamos, en primer lugar, que la violencia de los escolares secundarios no es una violencia “antiescuela”, y, en segundo lugar, se trata de la expresión de una profunda paradoja (vital) forjada día a día al interior de las estructuras -no concretas, sino simbólicas- de la escuela, cuyas bases representan la Loce y la Jornada Escolar Completa (JEC). Más bien, la educación chilena necesita una reforma del pensamiento antes que de otra reforma educacional. Desde las teorías del pensamiento complejo se ha insistido en que una reforma del pensamiento debe ser concomitante con una reforma política y concomitante con todos los dominios en los que el hombre es y vive.
Las rígidas estructuras educativas actuales están agotadas, como se demuestra cada vez con más vigor, y mientras eso se mantenga no habrá ni salto al desarrollo y la innovación, ni tendremos a los estudiantes en las aulas aprendiendo significativamente, antes que en las calles librando sus “batallas”.