El sentimiento del siglo XIX
En Europa, el nacionalismo se convirtió en un factor que dinamizó la vida política del siglo XIX. Sus partidarios defendían el derecho de los pueblos a constituir estados que se identificaran con las nacionalidades; es decir, con los grupos con los cuales compartían elementos comunes, como el idioma, la religión, las costumbres y los intereses. Este movimiento, que había tomado forma durante la dominación napoleónica, se fortaleció después del Congreso de Viena (1814-1815), el que resolvió instaurar un nuevo sistema político-religioso, llamado Santa Alianza, y un nuevo mapa europeo que hizo variar las fronteras internas del continente. Esto último planteó una serie de problemas en relación con el principio de las nacionalidades: naciones fragmentadas en múltiples estados, como en Italia y Alemania; estados multinacionales, como el Imperio Austriaco, conformado por germanos, checos, croatas, eslovacos, húngaros, polacos, eslovenos e italianos, y el Imperio Otomano (o Turco), formado por turcos, griegos, árabes, albaneses, serbios y búlgaros. Finalmente, nacionalidades sometidas, como eran Irlanda en el Reino Unido, de los noruegos en Suecia y de los alemanes de Schleswig en Dinamarca, entre otros.
Después del año 1850, el sentimiento nacionalista consiguió grandes victorias. El más poderoso de ellos, culturalmente, ocurrió en Alemania, donde, coincidiendo con el romanticismo, apareció una generación de intelectuales cuya influencia se extendió por Europa hasta el siglo XX.
Uno de los principales teóricos de esta época fue Johann Gottfried Herder, inspirador de una tendencia conocida como Sturm und Drang (algo parecido a ?tormenta e impulso? en alemán), que proponía que toda cultura verdadera debía brotar de raíces propias. Estas ideas fueron recogidas por el filósofo Johann Gottlieb Fichte, quien fue un poco más allá, afirmando que el carácter alemán era más noble que otros.
El Segundo Imperio francés: Napoleón III
La Revolución de julio de 1830 estableció la monarquía de Luis Felipe, derribada a su turno por la Revolución de febrero de 1848, que instauró la segunda república. El príncipe Luis Napoleón (sobrino de Napoleón Bonaparte), figura central de la vida política francesa de la época, acabó con esta segunda república y restableció el imperio el 2 de diciembre de 1852, tomando el nombre de Napoleón III. En esa ocasión convocó a un referéndum que lo designó emperador.
Le correspondió ser el dirigente de la política europea durante 20 críticos años. Con semejante apoyo, instauró un régimen dictatorial, con el que emprendió grandes planes económicos, industriales y técnicos, que incluso transformaron a París en la capital del mundo.
Su política exterior se centró en debilitar a Rusia y a Austria y en mantener la amistad con Gran Bretaña. Desde 1859 fue un firme defensor de los diferentes movimientos nacionalistas, sobre todo del alemán y del italiano (que culminarían con la unificación de esos países). A su vez, participó en la guerra de Crimea (que se libró entre Rusia, por una parte, y las potencias aliadas: Turquía, Inglaterra, Francia y Cerdeña, por otra) y desarrolló una activa política colonial, con obras tales como: la apertura del canal de Suez, la intervención en México, la ocupación de Argelia, la de Senegal y luego la de la Cochinchina (hoy sur de Vietnam).
El estallido de la guerra con Prusia sería el principio del fin del Segundo Imperio francés, siendo depuesto por la Asamblea tras la derrota de Sedán (1870).
Unificación de Italia
La intensidad y la duración de la crisis revolucionaria suscitada en Europa entre los años 1848 y 1850 dieron testimonio de la fuerza creciente de las ideas nacionales. En la segunda mitad del siglo XIX, casi todas las monarquías absolutastuvieron que transformarse en monarquías constitucionales.
Dos de los acontecimientos más importantes de este período fueron la unificación italiana y la unificación alemana, terminadas a costa de sangrientas guerras que modificaron la situación internacional.
La idea de la unificación de los diversos estados de la península italiana en un solo estado unitario tenía como antecedente inmediato la creación, por parte de Napoleón I, de las repúblicas italianas y, posteriormente, del Reino de Italia; pero tras el Congreso de Viena la península quedó fragmentada en siete estados. Por una parte, había tres pequeñas entidades independientes, que eran los Estados Pontificios y los reinos de Piamonte-Cerdeña, en el norte, y de las Dos Sicilias, en el sur. Por otra parte, había territorios (Lombardía y Venecia) bajo el directo dominio del Imperio Austriaco, y algunos ducados (Parma, Módena, Toscana).
A partir de entonces cobró fuerza la posición de alcanzar la unificación nacional. Fueron los reyes de Cerdeña quienes unificaron Italia, para fines propios. Esta unidad se realizó en dos etapas: en la primera, los austriacos fueron expulsados de sus posesiones. En la segunda, los diversos estados se agregaron al reino de Cerdeña y se fundieron en un solo reino.
Los principales fundadores de esta unidad italiana fueron Víctor Manuel (rey de Cerdeña), su ministro Camilo Benso, conde de Cavour, el patriota republicano Giuseppe Garibaldiy Napoleón III.
La unificación comenzó en el año 1858, cuando Napoleón III, en la entrevista de Plombières, se comprometió a ayudar a la causa nacionalista italiana a cambio de recibir el condado de Niza y Saboya. La guerra de Austria contra el Piamonte y Francia, en 1859, fue un fracaso para el ejército austriaco (batallas de Magenta y Solferino); pero el temor a que Prusia interviniera a favor de Austria llevó a Napoleón III a firmar con este último país la Paz de Zurich, en ese mismo año.
En 1861, el reino de Nápoles se integró al reino de Italia, tras la expedición de los camisas rojas de Garibaldi, ocurrida en 1860. Ese mismo año, Víctor Manuel había sido proclamado rey de Italia y establecido el parlamento italiano en Turín.
En 1867, Garibaldi intentó apoderarse de Roma, pero la intervención francesa en favor del Papa se lo impidió. La derrota francesa frente a Prusia, en la llamada Guerra Franco-Prusiana, privó al papado del apoyo de Napoleón III, posibilitando la ocupación de Roma (1870). Los estados papales quedaron reducidos a la Ciudad del Vaticano.
En 1871, la unificación de Italia ya se había conseguido y se estableció en Roma la capital del estado parlamentario italiano.
Unificación de Alemania
En forma paralela a Italia, después de las revoluciones de 1848 los estados que formaban la Confederación Germánica se unificaron, como consecuencia de una profunda maduración social y económica. Sin embargo, esta confederación siempre estuvo dominada por los intereses de Austria y Prusia.
A partir de la década de los años cincuenta, Prusia, con una imagen de Estado moderno, debido a su dinámica economía y la eficacia de su gobierno, se convirtió en el centro económico de Alemania.
Tras la ascensión al trono de Guillermo I se nombró como canciller a Otto von Bismarck –conocido como el canciller de hierro–, quien ya había estado en el poder junto a Federico Guillermo IV y se identificaba fuertemente con la causa nacionalista. Su principal proyecto fue lograr el sometimiento de Austria, realizando asimismo la unificación de Alemania y su elevación a primera potencia mundial.
Decidido a debilitar a Austria, Bismarck la incitó a apoyar la causa de los ducados de Schleswig-Holstein y Lavenburgo, territorios de población danesa y alemana que Dinamarca reclamaba para sí. Después de un conflicto bélico (1863-1865), Prusia y Austria se repartieron dichos territorios. Pero el canciller no cesaba en su plan, y acusó a Austria de abuso de poder en los nuevos territorios, lo que originó la guerra austro-prusiana de 1866. En ella se aliaron Francia, Prusia e Italia, venciendo a Austria en Sadowa y firmando con posterioridad la Paz de Praga. Este acuerdo suprimió la Confederación Germánica, formándose en torno a Prusia la Confederación Alemana del Norte en el año 1867, integrada por veintiún estados.
Imperio Ruso
Después del fracaso ruso en la guerra de Crimea (1853-1856), el zar Alejandro II inició una serie de reformas para disminuir el absolutismo de su antecesor Nicolás I. El conflicto había dejado en evidencia el atraso del ejército, la administración y la economía rusa. Por esto, en 1861, se llevaron a cabo cambios políticos y sociales, como la abolición de la servidumbre y la reforma al sistema judicial y penal. Estas reformas no fueron suficientes, debido a las tensiones nacionalistas, como la insurrección polaca de 1863 y al crecimiento del anarquismo, que significó incluso el asesinato del zar Alejandro II.
Imperio Otomano
El nacionalismo se arraigó con gran fuerza en este imperio. En 1860 se independizaron los principados rumanos de Valaquia y Moldavia, que se unieron formando un año después el estado de Rumania.
La agitación terminó con la guerra ruso-turca de 1877 y el Tratado de San Estéfano, que estipulaba la independencia de Serbia y Rumania, la creación de Bulgaria y la autonomía de Bosnia Herzegovina. Sin embargo, potencias como Inglaterra y Austria no aceptaron este tratado, por lo que Bismarck ofició de árbitro y forzó a Rusia a someter las cláusulas del tratado a la ratificación del Congreso de Berlín. Este pacto arregló la cuestión de oriente de la siguiente manera:
1. Montenegro, Serbia y Rumania quedaron independientes.
2. Macedonia se constituyó en provincia autónoma y Bulgaria en principado.
3. Rusia recibió Besarabia y algunos territorios de Asia. Austria obtuvo el derecho a ocupar Bosnia Herzegovina.