Malos presagios
La resistencia de Constantinopla comenzó a decaer cuando cundió el desánimo causado por una serie de malos presagios. En la noche del 24 de mayo hubo un eclipse lunar, recordando a los bizantinos una antigua profecía de que la ciudad sólo resistiría mientras la Luna brillase en el cielo. Al día siguiente, durante una procesión, uno de los íconos de la Virgen María cayó al suelo. Luego, de repente, una tempestad de lluvia y granizo inundó las calles. Los navíos prometidos por los venecianos todavía no habían llegado y la resistencia de la ciudad estaba al límite.
Al mismo tiempo, los turcos otomanos afrontaban sus propios problemas. El costo para sostener un ejército de 100.000 hombres era muy grande y los oficiales comentaban la ineficiencia de las estrategias del Sultán hasta entonces. Mehmed II se vio obligado a lanzar un ultimátum a Constantinopla: los turcos perdonarían las vidas de los cristianos si el emperador entregaba la ciudad. Como alternativa, prometió levantar el cerco si Constantino pagaba un pesado tributo. Como los tesoros estaban vacíos desde el saqueo de la Cuarta Cruzada, Constantino se vio obligado a rechazar la oferta y Mehmed, a lanzar un ataque rápido y decisivo.
El asalto final
Mehmed ordenó que las tropas descansasen el día 28 de mayo para prepararse para el asalto final en el día siguiente, ya que sus astrólogos le habían profetizado que el día 29 sería un día nefasto para los infieles. Por primera vez en casi dos meses, no se oyó el ruido de los cañones ni de las tropas en movimiento. Para romper el silencio y levantar la moral en el momento decisivo, todas las iglesias de Constantinopla tocaron sus campanas durante todo el día. El Emperador y el pueblo rezaron juntos en Santa Sofía por última vez, antes de ocupar sus puestos para resistir el asalto final, que se produjo antes del amanecer.
Durante esa madrugada del día 29 de mayo de 1453, el sultán otomano Mehmed lanzó un ataque total a las murallas, compuesto principalmente por mercenarios y prisioneros, concentrando el ataque en el valle del Lico. Durante dos horas, el contingente principal de mercenarios europeos fue repelido por los soldados bizantinos bajo el mando de Giustiniani, provistos de mejores armas y armaduras y protegidos por las murallas. Pero con las tropas cansadas, tendrían ahora que afrontar al ejército regular de 80.000 turcos.
El ejército turco atacó durante más de dos horas, sin vencer la resistencia bizantina. Entonces hicieron espacio para el gran cañón, que abrió una brecha en la muralla por la cual los turcos concentraron su ataque. Constantino en persona coordinó una cadena humana que mantuvo a los turcos ocupados mientras la muralla era reparada. El Sultán, entonces, hizo uso de los jenízaros, que trepaban la muralla con escaleras. Sin embargo, tras una hora de combates, los jenízaros todavía no habían conseguido entrar a la ciudad.
Con los ataques concentrados en el valle del Lico, los bizantinos cometieron la imprudencia de dejar la puerta de la muralla noroeste (la Kerkaporta) semiabierta. Un destacamento jenízaro otomano penetró por allí e invadió el espacio entre las murallas externa e interna, muriendo muchos de ellos al caer al foso. Se dice que el primero en llegar fue un gran soldado llamado Hassan, que murió por una lluvia de flechas bizantinas. En ese momento, el comandante Giustiniani fue herido y fue evacuado apresuradamente hacia un navío. Constantino, avisado inmediatamente del hecho, fue hacia él y lo quiso convencer de no alejarse del lugar, le habló de la importancia de mantenerse como sea en el campo de batalla, pero el genovés habría intuido la gravedad del asunto y lamentablemente se mantuvo firme en su deseo de retirarse para ser atendido.
Cuando el resto de los soldados genoveses vieron que se llevaban a su capitán pasó lo que era de esperar: se desmoralizaron y desertaron de sus puestos en la muralla siguiendo el camino de su capitán, justo en el preciso momento en que arreciaban las fuerzas de los jenízaros en el lugar.
Sin su liderazgo, los soldados griegos lucharon desordenadamente contra los disciplinados turcos. La muerte de Constantino XI es una de las leyendas más famosas del asalto, ya que el Emperador luchó hasta la muerte en las murallas tal y como había prometido a Mehmed II cuando este le ofreció el gobierno de Mistra a cambio de la rendición de Constantinopla. Su cabeza fue decapitada y capturada por los turcos, mientras que su cuerpo era enterrado en Constantinopla con todos los honores.
Giustiniani también moriría más tarde, a causa de las heridas, en la isla griega de Quíos, donde se encontraba anclada la prometida escuadra veneciana a la espera de vientos favorables.
Captura y control otomano
Mehmed II entró en la ciudad por la tarde, junto a sus generales Zaganos Pasha y Mahmud Pasha, y ordenó que la catedral (Santa Sofía) fuese consagrada como mezquita. En un principio prometió a sus hombres un saqueo de 3 días, pero impidió que tocaran Aya Sofía maravillado por ella y ofreció a todos sus habitantes quedarse en sus casas con sus bienes. El contingente bizantino recibió autorización para residir en la ciudad bajo la autoridad de un nuevo patriarca, el teólogo Jorge Scolarios, que adoptó el nombre de Genadio II, designado por el propio Sultán para asegurarse de que no habría revueltas. Desde entonces quien tenía el control religioso de Palestina fue Atenas.
De cualquier forma, fue el fin del último reducto de la cultura clásica, el último vestigio del Imperio Romano. Constantinopla fue llamada desde ese entonces Islambul (ciudad del Islam, ahora Estambul) y pasó a ser la capital de un nuevo imperio que llegaría hasta las mismas puertas de Viena, el Imperio Otomano.
Consecuencias
La caída de Constantinopla causó una gran conmoción en Occidente, se creía que era el principio del fin del cristianismo. Los cronistas de la época confiaban en la resistencia de las murallas y creían imposible que los turcos pudiesen superarlas. Se llegaron a iniciar conversaciones para formar una nueva cruzada que liberase Constantinopla del yugo turco, pero ninguna nación pudo ceder tropas en aquel tiempo. Los mismos genoveses se apresuraron a presentar sus respetos al Sultán y así pudieron mantener sus negocios en Pera por algún tiempo. Con Constantinopla, y por ende el Bósforo, bajo dominio musulmán, el comercio entre Europa y Asia declinó súbitamente. Ni por tierra ni por mar los mercaderes cristianos conseguirían pasaje para las rutas que llevaban a la India y a China, de donde provenían las especias usadas para conservar los alimentos, además de artículos de lujo, y hacia donde se destinaban sus mercancías más valiosas.
De esta manera, las naciones europeas iniciaron proyectos para el establecimiento de rutas comerciales alternativas.
Portugueses y españoles aprovecharon su posición geográfica junto al Océano Atlántico para tratar de llegar a la India por mar.
Los portugueses trataron de llegar a Asia circunnavegando África, intento que culminó con el viaje de Vasco da Gama entre 1497-1498. En cuanto a España, los Reyes Católicos financiaron la expedición del navegante Cristóbal Colón, quien veía una posibilidad de llegar a Asia por el oeste, a través del Océano Atlántico, intento que culminó en 1492 con el arribo a América, dando inicio al proceso de ocupación del Nuevo Mundo. Los dos países, otrora sin mucha expresión en el escenario político europeo, ocupados como estaban en la Reconquista, se convirtieron en el siglo XVI en las naciones más poderosas del mundo, estableciendo un nuevo orden mundial.
Otra importante consecuencia de la caída de Constantinopla fue la huida de numerosos sabios griegos a las cortes italianas de la época, lo que auspició en gran medida el Renacimiento.